Es tal la aceleración de la historia, son tantas las noticias que nos llegan diariamente de todas las partes del mundo, y hay además un interés de que algunas se olviden rápidamente, que no se ha prestado la debida atención al último episodio de la relación entre EEUU y el Estado judío.

Me refiero al reconocimiento por el Gobierno del presidente Donald Trump de los asentamientos israelíes en territorio palestino con el argumento de que no violan el derecho internacional: no lo violan simplemente porque así lo ha determinado EEUU.

Al hacer un anuncio en ese sentido, el jefe de la diplomacia -por llamarla de algún modo- de la superpotencia, Michael Pompeo, afirmó que nunca habrá una solución jurídica al conflicto palestino-israelí y que «no traerán la paz las discusiones sobre quién lleva o no razón».

Según Pompeo, que fue antes que secretario de Estado director de la CIA, «se trata de un problema complejo que sólo podrá resolverse mediante negociaciones entre los israelíes y los palestinos».

Como señala, por su parte, Lawrence Davidson, profesor de Historia en la Chester University, hay 43 razones por las que han fracasado hasta ahora todos los intentos de resolver el conflicto sobre la base del derecho internacional.

Y esas 43 razones son el número de vetos interpuestos por Washington en el Consejo de Seguridad de la ONU cada vez que se ha intentado obligar a Israel a cumplir sus obligaciones en ese sentido.

Israel, denuncia Davidson, lleva 71 años violando impunemente las resoluciones de la ONU gracias sobre todo al escudo protector que le brinda EEUU y ahora Pompeo se permite decir cínicamente que el derecho internacional «no traerá la paz».

Pompeo justifica el reconocimiento por Washington de las colonias ilegales judías, que están convirtiendo a Cisjordania en una colección de bantustanes como los de la Suráfrica del apartheid, como simple aceptación por EEUU de «la realidad sobre el terreno».

Es el mismo argumento que utilizó el Gobierno de Donald Trump para justificar el traslado de la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, en violación también del derecho internacional, o su visto bueno a la ocupación israelí de los altos del Golán.

Lo que Pompeo llama «realidad sobre el terreno» no es de hecho sino el resultado de las acciones llevadas a cabo desde su fundación por el Estado judío en clara violación de las resoluciones de la ONU y siempre con el apoyo de EEUU.

¿Cómo esperar en cualquier caso otra cosa de un Gobierno como el de un presidente que no ha dudado tampoco en saltarse las propias leyes norteamericanas en beneficio propio y de un Congreso fuertemente influido por el lobby judío?

Como explica el citado profesor de historia, «vemos al secretario de Estado de un país que lleva años actuando como cómplice del comportamiento ilegal» de Israel y que se limita a decir que «las leyes han fallado», silenciando el hecho de que él y otros que le precedieron contribuyeron activamente a ese fracaso.

¿Y qué tiene que decir Europa mientras tanto, aparte de deplorar una vez más la última decisión de EEUU? ¡Palabras, simples palabras ¡Y luego hay quien denuncia la campaña internacional de «boicot, desinversiones y sanciones» contra un Israel que no deja de actuar impunemente a sabiendas de que tendrá siempre el apoyo de Washington.