Ya llega diciembre a rescatarnos del frío encendiendo las brasas del hogar. Antes de darnos la primera punzada del invierno, nos trae diciembre sus días de fiesta y comidas en familia y de empresa, niños sin colegio y, en fin, rutinas distintas que, o bien nos cargan las pilas o bien nos descargan del todo. Como las luces que en diciembre deslumbran la ciudad.

Una vez se enciende en Larios la Navidad, no se puede parar y recorre ya los días y las calles entre el frío y la gente impregnando de colores el gris del asfalto y hormigón. Ya se hacen las primeras compras y preparan los regalos, los escaparates rebosan de género como si hubieran volcado los almacenes todo su inventario, en los supermercados se venden polvorones, mantecados y turrón: blando, duro y caro, y un montón de cosas más que llenarán las mesas en las fiestas que llegan, en donde llega la fiesta. Porque hay lugares que no logran iluminar ni todo el alumbrado navideño junto, hogares olvidados, mudos, alejados del espectáculo de luz y música, fuera del bullicio, formando otro tumulto.

Ajenos a esos mundos y matices y abiertos sin embargo a todo, caminan los niños en diciembre mirando a todas partes sorprendidos ante tanto estímulo, moviendo de lado a lado la cabeza a cada metro y muy atentos, como si esperaran cruzarse de un momento a otro con Papá Noel y su 'jo -jo- jo'. Basta con que un niño la entienda para que la Navidad adquiera sentido, pero basta también con que uno no tenga para que lo pierda. Y así vamos, encendiendo y apagando el sentido que parpadea camuflado entre las luces de la ciudad como una más.

Tiene diciembre un vestido por fuera de primavera que pretende alumbrarlo todo pero que sólo llega a lo que tiene cerca, luces bonitas, muchas luces, pero luces cortas.