La OTAN cumple ahora setenta años desde su creación, al comienzo de la Guerra Fría, y la pregunta que habría que hacerse, que se hacen mientras tanto muchos, es cuál es su sentido una vez desaparecida la URSS, quiénes son sus enemigos, a dónde quiere dirigirse.

El errático ocupante de la Casa Blanca, Donald Trump, la considera un día «obsoleta» y pide al día siguiente que los aliados, a los que continuamente menosprecia y desaira, gasten más en defensa y sobre todo compren a su país más armamento.

El presidente francés, Emmanuel Macron, declara, por su parte, a la Alianza Atlántica en «muerte cerebral» y, fiel a la vieja tradición gaullista, desconfía del «amigo americano» y aboga por un Ejército europeo, en el que Francia por supuesto debería tener un papel central.

¿Contra quién se dirige, una vez desaparecido el Pacto de Varsovia, la actual OTAN : contra una Rusia que ha dejado de ser comunista para convertirse en oligárquica pero a la que, con su anexión de Crimea, se acusa de tratar de recomponer por la fuerza su viejo imperio?

¿Es, por el contrario, su mayor enemigo el yihadismo internacional, el terrorismo islámico, que, para preocupación de todos, sobre todo de Francia, se extiende también por el África subsahariana? Nadie parece tenerlo claro.

En lo único en lo que parecen coincidir todos es en que hay que gastar más en defensa. Hay que alimentar la cada vez más poderosa industria armamentista, que es además un gran sector exportador.

Para la nueva presidenta de la Comisión Europea y exministra alemana de Defensa Ursula von der Leyen, Europa tiene todavía que «aprender el lenguaje del poder», debe adquirir «peso geopolítico» frente a sus rivales de otros continentes.

No parece que la cristianodemócrata alemana se estuviese refiriendo con tales palabras a eso que llamamos 'poder blando', la capacidad que tiene un país de influir sobre otros sin necesidad de coerción, a través de los valores culturales, por ejemplo.

Su sucesora en el ministerio de Defensa y actual presidenta de la Unión Cristianodemocrata (CDU), Annegret Kramp-Karrenbauer, propone elevar el gasto militar de su país hasta un 2 por ciento del PIB, mínimo que exige EEUU, aunque no con la celeridad que les exige a los europeos la superpotencia.

Sus aliados de la Gran Coalición, los socialdemócratas, no están, sin embargo, de acuerdo con que el presidente Donald Trump dicte a Alemania lo que debe dedicar a defensa cuando el país tiene otras necesidades más perentorias.

La Izquierda acusa, por su parte, a EEUU de utilizar las bases que tiene en Alemania y otros países europeos para sus descabelladas y desastrosas aventuras militares en Oriente Medio, operaciones que ni siquiera consulta con sus aliados.

Berlín y París no se ponen tampoco de acuerdo sobre cómo actuar frente a la Rusia de Putin: el presidente Macron es partidario de buscar algún tipo de «entente» mientras que el Gobierno alemán cree que no se puede ser complaciente con el Kremlin.

Aboga el francés por un diálogo «más clarividente, robusto y ambicioso» con Rusia, capaz de garantizar la paz y la estabilidad y propone estudiar la moratoria en la instalación de misiles de alcance medio que ofrece Putin así como prolongar la vigencia del tratado START sobre misiles estratégicos, que vence en 2021.

Polonia, las Repúblicas bálticas y otros países del antiguo Pacto de Varsovia defienden, a diferencia de Francia, una línea lo más dura posible frente al oso ruso, del que no han dejado en ningún momento de desconfiar.

Es ésa también la opinión del expresidente del Consejo Europeo, el conservador polaco Donald Tusk, según el cual Rusia no puede ser «un socio estratégico», sino que es más bien un «problema estratégico».

Unos consideran a Putin como un político artero que sólo busca destruir «la democracia liberal» y dividir al continente mientras que otros creen que la OTAN no ha cesado de provocar al Kremlin, estrechando el cerco a Rusia hasta que Putin decidió por fin dar un puñetazo y anexionarse Crimea. ¡Un lío difícil de desentrañar!