No parece muy deseable celebrar un cumpleaños bajo diagnóstico de muerte cerebral. Sin embargo, así se tuercen los planes de los cautelosos. La OTAN debía haber conmemorado sus 70 años el 4 de abril en Washington, pero la poca simpatía -aparente- que le prodiga Trump recomendó reducir aquel festejo a una reunión de ministros de Exteriores y dejar los fastos para el otoño. Entre tanto, hace un mes, el impetuoso y frustrado reformador Macron conmemoró otro aniversario, el 30.º de la caída del Muro, diagnosticándole «muerte cerebral» a la Alianza. Lo que, por cierto, le valió una dura reprimenda de Merkel. Trump, que para hacer pagar más a los europeos fustiga cada vez que puede a la OTAN, se enfadó. Y para enredar del todo la madeja, entró en juego Erdogan. La intervención del líder turco en Siria, pactada con Rusia pero no con la Alianza, mientras Trump retiraba al Pentágono del escenario bélico, había sido el ejemplo de «descoordinación» enarbolado por Macron para su diagnóstico. Erdogan, culpable además de comprar misiles rusos, también se enfadó y le recomendó al francés que se hiciese mirar su propio descalabro encefálico. Con esa barahúnda como telón de fondo se inició el cumpleaños que ayer y hoy celebran los aliados en Londres. De modo que la cita arrancó con una nueva escenificación de Trump, quien puestos a subir la apuesta renovó sus quejas -aquello fue «muy insultante y peligroso»- e incluso apuntó que Francia acabará fuera de la OTAN. Pero no hay que engañarse: Trump siempre quiere dinero y el contraataque feroz es su táctica favorita.

Después pliega. Y ayer, tras verse con Macron, plegó, calificó el encontronazo de «pequeña disputa» y se mostró de acuerdo con París en que Erdogan no es del todo fiable. Lo de Trump, cuyo juicio más sutil sobre los militares es que «no saben hacer negocios», son alharacas para que los europeos cumplan su compromiso de 2014 -cuando él no era ni candidato- de dedicar el 2% del PIB a Defensa. Pero son alharacas no del todo desnortadas, porque cuando Trump califica a la OTAN de «obsoleta» sólo enuncia que la extinción de la URSS volvió secundaria la escena europea. Luego Europa debe pagar más por una defensa que, precisamente por la vocación zarista de Putin, pasa a ser asunto regional. Lo han entendido bien los países bálticos, Polonia, Rumanía y Bulgaria, que son, junto a Grecia y Reino Unido, los únicos en invertir el 2% prometido. Lo de Macron tiene más interés porque, más allá de servirle de válvula de escape para la olla francesa, y más allá de tratar de reavivar una voluntad reformadora anulada por la parálisis alemana, lanza un diagnóstico poco discutible sobre una Europa que, denuncia, «está al borde del precipicio» y a punto de «desaparecer de la escena geopolítica». De ahí que la receta de Macron -entenderse con Rusia y China y dejar las armas aliadas para los yihadistas- no carezca de fundamento. Aunque levante ronchas a EEUU, por China, y a los europeos orientales, por Putin. Por mucho que invierta Europa en defensa -y tiene otras prioridades si pretende salvar parte de su modo de vida-, le será muy difícil reemplazar en décadas el paraguas estadounidense. Así que lo mejor es, más allá de las diatribas, engrasar los ejes con EEUU -sale bastante barato-, entenderse a palo y zanahoria con Rusia, hacer negocios con China y dedicar el dinero y la inteligencia a sortear la mayor amenaza que pesa sobre los europeos: la proletarización neoesclavista impuesta por la fase ‘comunista’ de la ya veterana revolución neoliberal.