Hola -dijo de improviso el personajillo-, soy el genio del limón. Tienes derecho a pedirme tres deseos.

-Un momento -le dijo Benito-. ¿Quién te ha creado a ti? Deberías estar preso, según los cánones, en una lámpara de aceite; ¿qué haces en un limón?

-Es difícil explicarte cómo he llegado hasta ti; mezcla los últimos avances en ingeniería genética, agronomía y realidad virtual con fantásticos encantamientos y saberes arcanos. Fórmulas olvidadas, acuñadas cuando las palabras eran aún magia recién nacida, han resucitado gracias al atrevimiento de unos publicistas. Juntos nos hemos lanzado, en una campaña nunca vista, a la conquista de vuestras debilidades.

-¿Una campaña de publicidad?

-Así es. De Limón&Lemon. ¿Acaso la desconocías? ¿No ves la televisión? Me habían asegurado que era la más universal de las costumbres.

-Oh, no, no es eso -se apresuró a aclarar Benito-. Es que he pasado unos días muy ensimismado; no estoy al tanto de nada. ¡Ni siquiera sé cómo ha quedado el Málaga! Pero bueno, ¡al grano! Me estabas hablando de unos anuncios.

-Hará unos meses -prosiguió el genio-, llegamos a un pacto con los que nos han insuflado nuevo aliento: unos cuantos de los nuestros nos introduciríamos en unos limones para llegar, de forma imprevista, a vuestras ansias y antojos, y así demostrar -agregó triunfante- que no por tenerlo todo se es más dichoso, sino por necesitar poco.

-Si esto es una promoción, a lo mejor es verdad. Puedo tener mucho dinero. Por fin sabré qué es eso de tener pasta.

-El dinero -advirtió el genio- no hace la felicidad.

-Tú hazme rico -le respondió, tajante-: de ser feliz me encargaré yo.

El genio le observó entristecido, como alguien que ya ha visto la misma escena millares de veces. Benito lo miró; creyó ver en sus ojos imposibles, en su evanescente corpachón, el temblor de una lágrima, el recorrido de un escalofrío. Una extraordinaria corriente de complicidad se estableció entre ellos. Cedió Benito en sus defensas. Accedió a creer, sin reserva alguna, tan disparatada historia. Aquel ser, existiera solo en la imaginación o solo en la realidad, se había permitido el lujo de emocionarse, saliéndose de un férreo guion escrito desde épocas polvorientas. Paradójicamente, ese rasgo de hastío (inevitablemente humano) lo convenció de su existencia sobrehumana, de su memoria inmortal y cansadísima. Le dijo:

-Tengo tres deseos y unas horas para decidirme. ¿Es así?

-Así es -dijo el genio, confundido, pues no solían hacerle el más mínimo caso.

-¿Puedo pedir lo que quiera?

-Mientras no sea entrar en la voluntad de otras personas o causarles algún tipo de perjuicio, no hay problema. Tus deseos serán órdenes para mí -confirmó, ceremonioso, el genio.

Benito devoró el limón, e invitando al genio a pasear, se pusieron a deambular por la ciudad. Fueron por el Parque hasta el puerto, llegaron al paseo marítimo. Comieron unas berenjenas con miel de caña (al genio le parecieron deliciosas), se tumbaron en la playa. El día se marchaba poquito a poco, como los trenes antiguos. Benito le comunicó a su nuevo amigo que ya tenía los tres deseos.

-¿Seguro? -le interpeló el genio. Benito asintió-. Sea, pues: ya es hora. ¿Qué puedo proporcionar a mi señor y compañero?

-Mi primer deseo te lo regalo. Haz con él lo que gustes.

-¿Cómo? Esto es irregular. No se puede.

-Claro que sí.

-Pero€

-Mi segundo deseo es un abono permanente para ver los partidos del Málaga. En preferencia baja, junto al banquillo local, por favor.

-Sea. ¿Y el tercero?

-Dame la capacidad de aceptar las cosas tal y como son.

-¡Hum! Complicado. Lo consultaré.

Dicho esto, se despidieron con un abrazo.

El genio decidió, en su primer y último deseo, hacerse humano. Así conocería en carne propia a esos seres con los que desde siempre había estado tratando y a los que tenía cierta envidia, nunca reconocida por los de su raza fabulosa. Actualmente está inmerso en una demanda por incumplimiento de contrato, interpuesta por los abogados de Limón&Lemon.