Han pasado ya casi 30 años desde el día en el que finalmente pude conocer el Hôtel du Palais. Gracias a un buen amigo y maestro, el gran Pepe Sendra. Uno de los más importantes hoteleros de España y pionero inolvidable de los años iniciáticos de la Costa del Sol malagueña. Ambos trabajábamos entonces en Madrid. Un día decidimos ir a Biarritz en compañía de nuestras esposas para visitar uno de los hoteles más fascinantes de Europa. Del que lo sabíamos casi todo. Pero cuyas puertas nunca habíamos franqueado.

La historia de ese hotel (sigo estando convencido de que es uno de los más bellos de Europa) comenzó en Granada el 5 de mayo de 1826. Con el nacimiento de Eugenia María de Montijo, hija de los condes de Teba. Trece años después falleció su padre, don Cipriano de Portocarrero. Un poco antes, a la pequeña Eugenia le profetizó una gitana del Sacromonte que un día sería reina. En 1850 decidió su madre residir con sus dos hijas en París. Ya en Francia, recibió aquella joven andaluza la confidencia de un venerable religioso, el abad Brudinet. Le aseguró que en las líneas de la palma de la mano había observado el contorno de una corona imperial.

El primero de enero de 1853, Napoleón III, el Emperador de los Franceses, pidió solemnemente a la condesa viuda la mano de su hija Eugenia. En tan solo tres años, la distinción, la sabiduría y sobre todo el encanto de aquella joven, llegada desde el sur de la exótica España, había fascinado a la sociedad parisina. Un día le preguntó el Emperador. «¿Cómo puedo llegar a usted, Madame?» No dudó ella en su respuesta. «A través de la Iglesia, Señor».

La emperatriz Eugenia añoraba las vacaciones de su niñez en un tranquilo pueblo del País Vasco francés. Se llamaba Biarritz. Su madre la había iniciado en el amor a aquel lugar casi salvaje, con una mar de olas bravías, que batían aquellas playas doradas e interminables. El emperador reservaba una sorpresa para su joven esposa. En 1855 levantaría allí un hermoso palacio junto al mar, la Villa Eugénie. Durante 16 años, en aquellos veranos felices, la alta sociedad francesa y lo más granado de la europea se desplazaban a Biarritz. Convertida, gracias al patronazgo de Napoleón III y la emperatriz Eugenia, en «la Playa de los Reyes y la Reina de las Playas». La reina Isabel II de España, el rey de los belgas, los príncipes de Baviera, el canciller alemán, Otto von Bismarck, el rey de Portugal y tantos otros personajes, confirmarían con su presencia y sus séquitos que la Villa Eugénie era el centro indiscutible de aquel universo. Pero un día de 1870 se apagaron las luces de aquel paraíso. La Guerra Franco-Prusiana terminó con la derrota de los ejércitos franceses y la abdicación y el exilio de su emperador. Aquella gran dama española, Doña Eugenia de Montijo, dejó de ser la emperatriz de Francia.

Una vez superados el trauma de la derrota y la pérdida de Alsacia y Lorena, los franceses van recuperando el buen ánimo y la alegría de vivir. En 1880 la Banque Parisienne compró al Estado la antigua residencia imperial de Biarritz. Primero se adaptaron los salones del palacio para su uso como casino de juego. No fue una buena idea. Se impuso la sensatez y finalmente los propietarios decidieron que aquel impresionante y elegante edificio debería ser un gran hotel. El Hôtel du Palais, el Hotel del Palacio. El que convirtió a Biarritz en uno de los destinos turísticos más apreciados del mundo, donde el recuerdo de aquella joven andaluza que fue su emperatriz sigue reinando en el corazón de sus habitantes. Tanto Pepe Sendra como un servidor llegamos a la conclusión de que aquel hotel era una maravilla y por supuesto, 'éblouissant'. Deslumbrante€