Los llamados spoilers, palabreja generalmente asumida como si de nuestros ancestros retornara pero que, en realidad, no es más que un invento moderno en su concepto de anglicismo y una queja dolorosamente impostada en su pretendida y artificial ofensa, nos coartan la vida. Antes, se hacían spoilers, o destripes, como Dios manda, y no pasaba nada. «Chanquete se muere el domingo», rezaba uno de los titulares de la Supertele hace una pila de años. Y nadie infartaba, nadie palidecía y nadie constituía una asociación de indignados que se manifestara frente las puertas de las instituciones públicas abanderando su derecho a no conocer. Por supuesto, los trailers o avances cinematográficos que se proyectan en las salas de cine, así como las sinopsis que se recogen en la contraportada de los libros, también están en el punto de mira de esta caza de brujas. Cierto restaurante de envergadura, de esos donde el chef se presenta al final del remate para preguntar qué tal todo, hubo de asumir judicialmente altas cuantías de responsabilidad civil cuando, habida cuenta de las elogiosas bondades emitidas por uno de los comensales en relación a la excelencia de una tarta de queso, el profesional de los fogones tuvo la insensata ocurrencia de comentar que, entre sus ingredientes, ¡atención, spoiler!, rezumaba una suave emulsión de lima y hierbabuena. Del mismo modo, el cura de una conocida parroquia de nuestra ciudad, sigue en espera de que la Diócesis reúna la millonaria cantidad que le permita disfrutar de su libertad bajo fianza por haber colgado en la puerta de la iglesia un cartel en el que se anunciaba: «El día de Nochebuena, a las doce de la noche, celebraremos la tradicional Misa del Gallo para conmemorar el nacimiento, ¡atención, spoiler!, de Jesús». Clamores populares y lanzadas de huevos se protagonizan desde hace dos semanas frente a la sede de la Conferencia Episcopal. Ruina total. Para terminar de rizar el rizo, el descabellado anuncio concluía: «Tras la misa, en los salones parroquiales, habrá, ¡atención, spoiler!, chocolate con churros». Como podrán imaginar, al párroco ya no lo salva ni Perry Mason. Por mi parte, les diré que soy hombre previsor, vigilante, hijo de la sospecha, nacido con una indiscutible sensación de alerta frente a las acechanzas de los amantes del desconocimiento. Pero, aun así, en cualquier caso, las consecuencias de esta perversión, evidentemente, también nos oprimen a los que nos consideramos detractores. Los libros, por ejemplo, se compran al azar, sin referencias. Antes, uno leía: Asesinato en el Expreso de Oriente, sinopsis: «Hércules Poirot, famoso detective belga, se topa con el inexplicable asesinato de Ratchett, mafioso italoamericano, en su viaje a través de los Balcanes a bordo del Expreso de Oriente. Un conde búlgaro y su bella esposa, una princesa rusa, un coronel del ejército británico en la India y una misionera forman parte, entre otros, del elenco de sospechosos de este renombrado misterio». ¡Uno sabía a qué atenerse! Ahora, sin embargo, el título y la sinopsis se venden tal que así: «Probable suceso delictivo en medio de locomoción colectiva», sinopsis: «H.P., profesional del ramo y oriundo del hemisferio norte, pareciera hacer frente a lo que quizá se presentara sin mucha seguridad o definición como una aparente vulneración de derechos, si bien aquello de lo que les hablo también pudiera traer causa en multitud de posibilidades. Algunos hombres y algunas mujeres forman parte, quizá, del engranaje que circunda lo anteriormente referido». Como ven, la modernidad nos deja los pelos como escarpias.

A veces, en esta apología acusatoria y persecución masiva por parte de los fanáticos del desconocimiento, uno, que ya es perro viejo, ve venir la emboscada, la trampa que el Coyote te monta desde lejos. ¿Has visto el primer capítulo de El Mandaloriano?, me preguntan. Puede, contesto. Pero, ¿has visto el final?, insisten. En el caso de que lo haya visto -continúo-, quizá haya llegado al final, pero también puede ser que no. Pero a ver -contraatacan-, ¿has visto al personaje que sale de la cuna? No sé de qué cuna me estás hablando, contesto mientras busco cámaras a mi alrededor. Pero -reinciden-, ¡¿no te has enterado de que, al final, aparece un bebé -atención, spoiler!-, de la raza de Yoda?! Me acojo a la Quinta Enmienda, concluyo.