Lo llaman «el mercado de la atención», es decir la pugna por captar la atención del usuario de los medios audiovisuales o las redes sociales para someterle a un continuo bombardeo publicitario. El tiempo máximo de concentración de los jóvenes que llaman «nativos digitales» es de nueve segundos como máximo, y es sobre esta base como las redes sociales sus contenidos y estímulos.

Lo explica el experto Bruno Patino, director del canal de TV cultural francogermano ARTE, en un libro que acaba de publicarse en Francia bajo el título de 'La civilización del pez rojo: pequeño tratado sobre el mercado de la atención' (Ed. Grasset). Los ingenieros de Google han calculado que el máximo tiempo de concentración de una carpa dorada condenada a dar continuas vueltas en su pecera es de ocho segundos, uno menos que el de quienes han nacido con internet.

Un estudio del Journal of Social and Clinical Psychology calcula en treinta minutos el tiempo máximo de exposición a la pantalla del teléfono móvil sin que ello suponga una adicción, una amenaza para nuestra salud mental. Según explica Patino en declaraciones al semanario italiano L'Espresso, el mercado de la atención !es un concepto económico y sencillo surgido en los años veinte (del siglo pasado) en EEUU, en el momento en que se desarrollaban los medios de comunicación de masas». Se trata de un concepto según el cual, algunos medios viven de los ingresos publicitarios y necesitan por ello captar continuamente nuestra atención, lo que alguien ha llamado «el tiempo disponible en el cerebro humano». «La economía de la atención, como la llama Patino, ha sufrido una "gran mutación en la era digital al imponerse las grandes redes sociales financiadas exclusivamente con la publicidad».

Tal mutación ha generado «graves problemas a nivel individual, sobre todo problemas de atención y de tipo psicológico, pero también colectivos». Ha ido cambiando al mismo tiempo la naturaleza del espacio público, dominado cada vez más por la polarización y las emociones, que han sustituido a los argumentos racionales. Antes de que llegasen las redes sociales, se trataba de mantener al personal fijado el mayor tiempo posible en la pantalla para venderle toda suerte de anuncios, pero ahora es mucho más fácil: estamos permanentemente enganchados al teléfono móvil. Y los anunciantes lo tienen también más fácil ya que los instrumentos digitales a su disposición «les permiten conocer y anticiparse a nuestros comportamientos, y conocer al mismo tiempo el contexto en que vivimos gracias a datos y medios facilitados por la neurociencia», explica Patino.

El teléfono móvil está siempre a nuestro lado, incluso cuando dormimos, y esa dependencia genera en muchos patologías y fobias, como ataques de pánico cuando lo olvidan en casa o ese reflejo inconsciente que les hace consultar continuamente la pantalla en presencia de otras personas.

La sociedad digital nos convierte en individuos desconectados de cuando sucede a nuestro alrededor e hipnotizados en cambio por la pantalla de ese celular que no soltamos un momento como si nos fuese la vida en ello. Pero lo peor, explica Patino, es «la fragilidad mental, hasta ahora desconocida, que provoca tal dependencia». Su libro menciona distintos trastornos estudiados por un grupo de expertos del 'Near Future Laboratory' de EEUU. Entre ellos están el síndrome de ansiedad o la llamada «atazagorafobia», miedo irracional al olvido o la necesidad permanente de exponer a la atención de los demás cualquier momento de nuestra existencia, por anodino que sea.

Las plataformas digitales han dado lugar además, según Patino, a una aceleración en la producción de contenidos para mantener al usuario continuamente pegado a la pantalla, algo que ha influido a su vez en los medios audiovisuales, incluido el cine.

En las películas de esa antigua fábrica de sueños, hoy más bien de pesadillas, que es Hollywood, las escenas se suceden a tal velocidad que no nos da muchas veces siquiera tiempo a comprender lo que dicen los actores. El continuo salto de una escena a otra produce además en la retina un efecto estroboscópico. Y lo mismo ocurre con los textos: los libros llevan capítulos cada vez más cortos, de cuatro o cinco páginas, como si se dudase de que alguien fuera capaz de leer cincuenta páginas seguidas. Se produce así un círculo vicioso: la capacidad de atención disminuye mientras se acelera la producción cultural, lo que hace que disminuya aún más nuestra atención.

«La economía de la atención ha permitido difundirse «la economía de la duda», explica Patino, que cita un viejo memorándum interno del sindicato patronal de la industria del tabaco: «Nuestro producto es la duda porque ésta es la mejor manera de fragilizar las ideas en la mente de los consumidores». La duda genera demanda, provoca un shock emocional y multiplica las acciones digitales, los mensajes compartidos en las distintas plataformas. «Es mucho más fácil y económico producir verosimilitud, y por ende dudas y creencias, que verdades». Y las creencias son terreno abonado para las noticias falsas y las teorías conspirativas. ¡Estemos atentos!