¿Es Estados Unidos esa democracia de cuento de hadas en la que hasta un limpiabotas puede llegar un día a presidente o más bien una plutocracia en la que sólo los millones y los oportunos contactos pueden aupar a un político?

Si hay quien todavía albergara alguna duda sobre el poder del dinero en la gobernación de ese país, valga de muestra la última incorporación a la carrera demócrata hacia la Casa Blanca: la del exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg.

Propietario del 88 por ciento de la compañía de información financiera que lleva su nombre, Bloomberg es, según la lista Forbes de las mayores fortunas, el noveno hombre más rico del planeta.

Algo que le permite financiar la campaña a la que se enfrenta tirando de su propio bolsillo sin necesidad de apoyo externo como el que necesitan otros candidatos.

De hecho en sólo una semana Bloomberg ha hecho ya un desembolso publicitario de 57 millones de dólares, una minucia si se compara con un patrimonio que se cifra en 54.700 millones.

Quienes han investigado la evolución seguida por su fortuna señalan que cuando en 2001 llegó a la alcaldía neoyorquina, Bloomberg tenía un patrimonio de 4.500 millones, que había crecido hasta 36.000 millones para cuando, acabado su tercer mandato, dejó en 2013 el cargo.

Durante los años en los que Michael Bloomberg estuvo al frente del gobierno municipal, Nueva York atravesó una gravísima crisis fiscal resultante de la actividad claramente delictiva de los bancos más importantes del mundo, que tenían su sede a pocos metros de distancia de su despacho.

Como recuerda el periodista estadounidense Dave Lindorff, de su etapa neoyorquina, Bloomberg será recordado sobre todo por sus recortes a la financiación de nuevas escuelas, las rebajas salariales a los empleados públicos o el desmantelamiento de Occupy Wall Street, el movimiento popular de protesta contra el poder económico y la evasión fiscal.

Que un personaje como Bloomberg aparezca ahora como el único político demócrata capaz de ganar con sus millones al republicano Donald Trump en las próximas presidenciales dice mucho de en lo que se ha convertido la lucha política en ese país.

Los medios norteamericanos presentan a Bloomberg como un «moderado» o «centrista» en oposición al sector más progresista de ese partido, que representan el senador por Vermont Bernie Sanders como la también senadora - por Massachusetts- Elizabeth Warren.

A diferencia de Sanders, cuya trayectoria izquerdista, un poco a la socialdemocracia escandinava- nadie pone en duda, Warren presenta más dudas sobre si estará a la altura de lo que muchos, sobre todo los más jóvenes, esperan de ella.

Sus críticos señalan, por ejemplo, que la senadora fue durante muchos años republicana y que su conversión al progresismo es de fecha reciente. Recuerdan también que en la Facultad de Derecho de Harvard dio clases a generaciones enteras de abogados corporativos y no ha hecho nunca ascos a los donativos de los multimillonarios.

También dudan de que fuera a ser tan consecuente como Sanders en la aplicación de un plan de sanidad universal para los ciudadanos de aquel país, fuertemente contestado por las compañías farmacéuticas hasta las aseguradoras y los hospitales privados. No hay duda de que el dinero manda en el país de Bloomberg, de Warren y Trump.

Lo indican además con total claridad informes como el titulado 'Bonanza de billonarios', del Instituto de Estudios Políticos de aquel país, según el cual tres de las dinastías más ricas de EEUU han visto crecer su patrimonio en un 6.000 por ciento desde 1982.

Eso no ocurría antes, cuando la fortuna, por ejemplo, de los Rockefeller y otras famosas familias disminuía con cada nueva generación por el reparto entre los herederos, y tiene que ver sobre todo con una fiscalidad cada vez más obscenamente favorable a quienes más tienen.