Mi iceberg se derrite. Es irremediable. Apenas tengo sitio para estirar el teclado y, a la hora de dormir, se me salen los renglones fuera de los márgenes. Y eso que cuando me mudé a esta página del diario, no era capaz de contemplar el límite del territorio. Nunca imaginé que pudiese llegar esta situación. Me costó un gran esfuerzo alcanzar la punta del iceberg para instalar mi campamento, desde donde les escribo cada quince días. Mi continente helado era demasiado grande para mí. Eso pensé. Para recorrer el perímetro invertía más de medio día, y durante el trayecto podía contemplar las preciosas vistas de las costas que bañan el islote. Pero las olas tropicales, armadas con guadañas de plástico, arañaron los acantilados y la temperatura de la tierra resquebrajó el témpano por la mitad hasta que la grieta se convirtió en límite. Con impotencia he visto desaparecer en el horizonte muchos trozos de mi isla.

El iceberg donde vivo ha dejado de ser el mismo sin apenas darme cuenta. Demasiado tarde para buscar alternativas. Puede que lo último que pueda hacer es lanzar al mar esta columna de auxilio con destino a la COP25.

Descubro una viñeta en un diario. Muestra un brontosaurio portando una pancarta donde reza un mensaje: 'SALVEMOS EL PLANETA'. El dinosaurio, de aspecto entrañable, poco pudo lograr antes de que el propio planeta lo extinguiese a él. Estamos muy equivocados cuando dirigimos nuestro esfuerzo en concienciar a los humanos de que nuestro planeta se muere. No es así, los que nos morimos somos nosotros. El planeta, como la energía, sólo se transforma. Mientras nosotros libramos una batalla perdida contra el tiempo, la tierra dispone de años -millones de años- para transformarse en otro mundo, para cobijar otras naturalezas. La humanidad se ha merendado un ecosistema en el que hemos compartido guerra y paz, cultura y desarrollo, ciencia y tecnología. A pesar de ello, no hemos sido conscientes de los límites de nuestro hábitat, y ahora, cuando ya es irreversible, aún nos planteamos salvar al planeta. El planeta se salvará, no malgasten su tiempo. Sólo nosotros quedaremos fuera de juego.

A principios de este año tuve la fantástica oportunidad de visitar Estocolmo. Greta Thunberg ya era conocida, pero no globalmente conocida. Una guía nos mostró el lugar donde cada viernes se sentaba frente al parlamento para protestar contra la falta de medidas para paliar el cambio climático. El gobierno de su país se hizo el sueco, al igual que el resto de los gobiernos, al igual que el resto de los votantes de esos gobiernos. Me impresionó el gesto de aquella chica de quince años convertida hoy en un símbolo. Las multinacionales se empeñan en desprestigiarla con recursos mezquinos para emborronar el mensaje de su pancarta. Y la humanidad aplaude los argumentos de las multinacionales porque, en definitiva, no estamos dispuestos a sacrificar nuestro actual modo de vida.

Para concienciar la inconsciencia hacen falta más gestos como el de Greta, o puede que estos mensajes deban ser más agresivos, como por ejemplo un terrible tsunami en Indonesia, la imprevista erupción de un volcán en Nueva Zelanda, incendios en Europa, Estados Unidos o Australia, o las inundaciones en la mayoría de los continentes. Quizás haga falta que se hunda de una vez Venecia y que los canales se conviertan en avenidas submarinas habitadas por besugos.

Diviso un nuevo iceberg. Se acerca por estribor. Debe tener el tamaño de media página. Suficiente para vivir otra temporada. Les prometo que cuando esté instalado, dejaré de preocuparme por el

clima.