Cuando la mentira se disfraza de verdad tenemos un doble problema para descubrirla. Porque, como se sabe, las apariencias engañan. Los prestidigitadores de la verdad manejan con soltura esos disfraces. El prestidigitador es una persona que hace juegos de manos, utiliza métodos de confusión, maneja artes evasivas y otros trucos de magia para producir ilusiones de los sentidos. El prestidigitador es un engañabobos.

¿Son nuestros políticos prestidigitadores de la verdad? ¿Creemos lo que nos dicen? ¿Sabemos cuándo nos mienten y cuándo nos dicen la verdad? ¿De qué detectores de mentiras disponemos? Y, cuando descubrimos que nos han engañado, ¿cómo reaccionamos?, ¿qué hacemos?

No me gusta, lo he dicho muchas veces, esa descalificación general de la clase política que los mete a todos en el mismo saco: todos mienten, todos mienten siempre. Como si su oficio fuera mentir. Como si la mentira fuera uno de sus atributos esenciales. Como si se diese por bueno que la mentira es consustancial al oficio de ser político. Y no. Me preocupa esta perversa concepción. Me duele que la gente piense que, a la hora de conseguir el voto o de persuadir al ciudadano de la bondad de sus planteamientos y acciones tergiverse siempre los datos y manipule la realidad en su beneficio. En definitiva, que la gente piense que el título del libro que acaba de publicar Elísabet Benavent podría ser de la autoría de cualquier político: «Toda la verdad de mis mentiras».

Me gustaría que el político fuese una persona creíble, fiable. Porque para eso y por eso hemos depositado en él nuestra confianza a través del voto. No me gusta que se le identifique como un mentiroso compulsivo. Como una persona que engaña desde una posición privilegiada.

Hace mucho daño a la política el decir en cada momento aquello que conviene para negarlo plenamente cuando convenga decir lo contrario. Podemos cambiar, podemos decir en un momento algo y luego desmentirlo. Pero entonces se explica el por qué del cambio de posición.

Decía Balmes que a él no le molestaba el cambio de chaqueta salvo cuando éste se producía en el preciso momento en que empezaba a ser rentable.

Hay muchas formas en las que se puede hacer prestidigitación con la verdad:

Silenciar (o retrasar) información que debería ser conocida inmediatamente.

Ofrecer una parte de los datos que resulta beneficiosa y ocultar otra que es desfavorable.

Decir hoy algo que el día anterior se negaba con rotundidad.

Ocultar una realidad que se conoce e, incluso negarla.

Prometer algo que, a ciencia cierta, se sabe que no se puede realizar.

Atribuir a otros la causa del fracaso que nace de la propia actuación.

Comparar de forma interesada realidades incomparables.

Negar una evidencia cuya aceptación tendría consecuencias negativas.

Declarar que nunca se hará algo que se tiene intención de hacer.

Utilizar eufemismos que conducen al engaño, ya que esconden la verdadera realidad.

Atribuir las causas de los fenómenos a agentes que nada tienen que ver con ellos.

Considerar negativo en los otros lo que se considera positivo cuando lo realiza el interesado.

Manipular o, lo que es peor, inventar datos estadísticos en beneficio propio.

Negar que se dijo lo que se dijo, a pesar de las evidencias incontestables que lo demuestran.

Sacar frases fuera de su contexto, y manipularlas en función del propio interés.

Conozco desde hace muchos años una hermosa leyenda sobre la verdad y la mentira. El lector la conocerá, probablemente. En cualquier caso, siempre es bueno recordarla. Cuenta la leyenda que un día la Mentira y la Verdad se encontraron en un río. Entonces, la Mentira le dijo a la Verdad:

- Buenos días, doña Verdad.

Y la Verdad, que no se fiaba mucho de su nueva amiga, comprobó si realmente era un buen día. Miró al cielo azul sin nubes, escuchó cantar a los pájaros y llegó a la conclusión de que, efectivamente, era un buen día.

- Buenos días, doña Mentira.

- Hace mucho calor hoy, dijo la Mentira.

Y la verdad vio que tal y como decía la Mentira, era un día caluroso.

La Mentira entonces invitó a la Verdad a bañarse en el río. Se quitó la ropa, se metió al agua y dijo:

- Venga doña Verdad, que el agua está muy buena.

En aquel momento la Verdad ya sí se fiaba de la Mentira, así que se quitó la ropa y se metió al río. Pero entonces, la Mentira salió del agua y se vistió con la ropa de la Verdad mientras que la Verdad se negó a vestirse con la ropa de la Mentira, prefiriendo salir desnuda y caminar así por la calle. La gente no decía nada al ver a la Mentira vestida con la ropa de la Verdad, pero se horrorizaba al paso de la Verdad desnuda.

Preferir la mentira disfrazada de verdad es una trampa terrible porque a lo que tiende ese mecanismo es al engaño sistemático. Escandalizarnos y horrorizarnos ante la verdad desnuda, nos lleva al desprecio de la verdad.

Es más cómodo engañarnos a nosotros mismos. Instalarnos en la apariencia. No esforzarnos por descubrir las trampas.

La verdad es a veces dolorosa y preferimos ignorarla. Nos protegemos del dolor con mentiras de todo tipo.

Y sin embargo, una mentira por pequeña y piadosa que sea, no deja de ser un obstáculo para la confianza. Si sale a la luz, una mentira puede arrojar dudas sobre cien verdades anteriores haciendo que nos cuestionemos experiencias anteriores que creíamos verdaderas. Y la falta de confianza acaba repercutiendo en falta de rendimiento y de resultados en un entorno laboral.

Creo que la educación consiste en proveer a ls personas de potentes detectores de mentiras. Las más sutiles requieren de un grado mayor de exigencia en el análisis, de un mecanismo más preciso.

Ese detector está construido con una información abundante, con un nivel de exigencia lógico riguroso, con sólida capacidad de análisis y con una atención minuciosa a lo que sucede en la realidad.

Estar sobre aviso es muy importante. No sé quien fue el que dijo: si me engañan una vez no es culpa mía, si me engañan mucha veces, sí lo es. Hay que pasar, como decía Paulo Freire, de una mentalidad ingenua a una mentalidad crítica.

Es bueno también leer. Y saber a quién se lee. Es fácil comprobar en los medios desde qué diferentes perspectivas se puede analizar la realidad. Hay expertos analistas políticos que ayudan a detectar mentiras. Sus análisis son tan lúcidos y exigentes que pueden ayudarnos a descubrir los trucos del prestidigitador.

Ayudaremos a los políticos con la vigilancia y con la exigencia, no con la complacencia y la adulación. Ellos harán bien en ejercitar la autocrítica y en abrirse a la crítica honesta.

Nos ha de repugnar la falsedad de la mentira adornada con los ropajes de la verdad. Y no nos ha de escandalizar la verdad desnuda. Porque la verdad nos hará libres.