¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Peter Hatemi, investigador de la Penn State University (EE UU), ha querido responder a esta pregunta, pero llevándola al terreno de la psicología política, siendo el huevo la ideología, la elección de partido, y la gallina la moral, las creencias basales de la persona. O al revés, caso de que fuese primero el ave que la cáscara con el polluelo dentro.

Hatemi y su equipo de investigadores han llegado a la conclusión de que no es cierto, como suele pensarse, que la moral conduce a la elección de partido. Todo lo contrario: es al elegir partido, y votar por él, que vamos conformando nuestra brújula moral.

Y hay más: tras analizar los resultados de tres estudios sobre fundamentos morales (igualdad, lealtad, autoridad, pureza) y actitudes políticas, los investigadores descubrieron que la moral sirve menos para predecir la ideología que al revés, y que la actitud política se sostiene mejor en el tiempo que la moral.

«Reacondicionaremos cualquier cosa a través de nuestra lente ideológica», explica Hatemi, Profesor Distinguido de Ciencias Políticas, así como de Microbiología y Bioquímica. «Si vemos algo en nuestro partido político que puede entrar en conflicto con nuestra moral, diremos a menudo: 'No, es moral por esto'. O: 'No, realmente es justo por eso».

Todo lo cual ayuda a explicar por qué somos cada vez más tolerantes con los bandazos que dan los partidos a los que nos sentimos más próximos (sea por militancia o por simpatía) y menos, en cambio, con los que percibimos más lejos de nosotros. Así, si somos de centro-derecha, disculparíamos a un PP 'voxizado', pero no a un PSOE arrimado a los independentistas de ERC. Y al revés (con permiso de Lambán y García-Page).

El estudio de Hatemi descubre, con perdón, una verdad de Perogrullo: que la moral individual tiende a diluirse en el vaso de la agitación partidista, que es asunto del colectivo y defiende, por tanto, las ideas por paquetes: comprando ésta que te gusta, te quedas también con aquélla que te gusta menos, y esta otra, por más asco que te dé, te la tragas igual.

Nadie lo ha explicado mejor que Rafael Sánchez Ferlosio, quien, con su muerte el pasado abril, nos ha dejado más ciegos pero, sobre todo, más burros: «Tener ideología es no tener ideas. Estas no son como las cerezas, sino que vienen sueltas, hasta el punto de que una misma persona puede juntar varias que se hallan en conflicto unas con otras. Las ideologías son, en cambio, como paquetes de ideas establecidos, conjuntos de tics fisionómicamente coherentes, como rasgos clasificatorios que se establecen en una taxonomía o tipología personal socialmente congelada».

Permítaseme añadir que en algunos casos, los menos, dos ideas del paquete entran en conflicto por razones morales; crean una fisura que el partido se apresta a colmatar por métodos artificiales, lo que confirmaría los hallazgos de Hatemi. Pero en otros, la mayoría, las ideas colisionan simplemente porque se estorban entre sí; son inconciliables. Por ejemplo, gastar menos en Educación y tener mejor educación. O bajar impuestos y tener mejores servicios. Tenerlas en el mismo paquete es inmoral, y no porque la ideología le gane la partida a las creencias basales, sino porque, en puridad, se trata de una mentira.