A la distancia precisa de los días tan señalados, dejo mi tarjeta de visita en el duelo de quienes no los ven con felicidad alguna. «¿No te pone contento la Navidad? ¡Ponte contento!, ese tratamiento que todo lo puede, la apelación a la fuerza interior y a las comparativas. ¡Cómo no vas a estar contento! ¡Fijate en Fulanita, con la desgracia que tiene encima y siempre sonriente! ¡Agarra esta pandereta y repite conmigo Cam-pa-na-so-bre-cam-pa-a-na€!

Y la sonrisa es rictus, la careta para que dejen de preguntar y poder seguir pensando de puertas para adentro en la cita del 9 de enero, que te dan los resultados de las pruebas de ese bultito, que no es nada, ya verás, no te preocupes. Y la sonrisa grapada en los mofletes dando dos besos mua-mua en la comida de la empresa sabiendo que el contrato se te acaba en marzo y que nadie sabe que existes y que igual no te renuevan, no por nada, sino porque nadie sabe que existes y porque por muy bien que hagas tu trabajo, al fin y al cabo, da igual si no existes, pero no te preocupes, que todo va a salir bien y si no ya encontrarás otra cosa a tus cincuenta y tantos y lo bien que está el mercado de trabajo.

Suena el teléfono: no es tu prima para felicitar las Pascuas sino otra vez ese número interminable para recordarte que van a reclamar en el Juzgado por la tarjeta de crédito que te sacaste y que no sabes ni cuánto debes ni cuánto pagas. Baja a reciclar, para llorar un ratito a gusto sin que te nadie te pegue un grito, ni un portazo, ni un puñetazo en la mesa ni un Felicidades, que ya no quedan desde 2007.

Hay otra Navidad. Dejadlos en paz.