Miro por la ventana y veo como entra una columna. La otra mañana me entró viento, un viento que me resfrió. Ayer casi entra una gaviota, que en mi pueblo llamaban pavanas. Las gaviotas se aventuran lejos del mar. Cada vez más. En busca de comida, supongo. Tal vez en pos de nuevos paisajes, novedosos cielos, lugares ignotos donde batir sus alas. Se comen a las palomas, también. Sin piedad, distraídamente, como aperitivo. Siempre pensé que les gustaban más los peces. El pico amarillo y sólido, afilado y curvo casi da en el cristal de la ventana, un cristal herido, agaviotado y débil.

Miro por la ventana y veo como entra la columna, que me da en la cabeza y penetra en ella con su inicio impactante, su cita célebre, su idea, solo una, y su conclusión efectista, como la de un buen relato. Ya que la tengo metida en toda la testa, trato de transcribirla al folio pero no tengo folios, tengo una pantalla que me ofrece un viaje a Marruecos y vuelos baratos a Londres. Poca batería, anuncia para más inri la pantalla, cuyo fondo, ahora que caigo, fondo de pantalla, es una foto de una playa llena de gaviotas. A esa foto del conclave de gaviotas, yo le pondría un pie: la asamblea de gaviotas rechaza la lluvia. Escribir pies de fotos es muy difícil. Lo fácil es describir lo que se ve en la foto, pero a veces es más oportuno decir el sitio o dar un dato y que la foto hable por sí sola. Hay fotos que hablan por sí solas y fotos que dan gritos, fotos que no dicen nada y fotos selfie con cara de sonámbulo que se toma uno a sí mismo en arrebato narcisista para colgarla en Instagram. Mejor quedarse quietecito, borrar la foto y observar las de los demás. Retengo la columna en la cabeza por ver si me dura hasta que cargue el ordenador. Pero se me entrecruza en el pensamiento el poema de Ángel González ‘Son las gaviotas, amor’. Y sí, «Mar de invierno. El agua gris mancha de frío las rocas».

Más provechoso sería que me entrara por la ventana el formulario para una subvención o un paquete de patatas fritas, lonchas de jamón ibérico o el aroma de un consomé que abra el apetito y cierra la dichosa ventana, que más que para salir a ella, asomarse y tomar el fresco está resultando un coladero.