Usted está pendiente del sorteo de la Lotería y no tiene tiempo para leer columnas esta mañana. Pero al caer la tarde ya sabrá si es millonario o sigue de pobre. En el primer caso, le habrán abierto a usted la sucursal bancaria y el concesionario de la Mercedes. Poca broma. Enhorabuena, señor millonario. En el segundo, el hastío por la falta de premio, el sopor del gin tonic dominical y el madrugón tan tonto, le habrán dejado descascarillado y guarnío. La esperanza es que lea esto de noche, tal vez en la tablet, ya en la cama. A lo mejor en la edición impresa, distraidamente, entre almohadones, antes de ver un nuevo capítulo de The Crown. Rico o pobre, tendrá usted que acostarse alguna vez, digo yo.

Los artículos que se publican el día de la Lotería tienen mala suerte. En la lotería de las lecturas te toca el gordo si eliges un buen tema y lo titulas llamativa y adecuadamente. Te toca la peor parte si tu artículo coincide con el sorteo por excelencia, o sea, todo el mundo pensando en otra cosa. Aún así conviene armarse de adjetivos, buen ánimo, un ordenador, alguna idea, no muchas, y un puñado de intenciones. Aceitunas de vez en cuando. Intenciones. Entre ellas la de entretener. Algunos escritores están tan entretenidos haciendo textos incomprensibles que finalmente sus textos son incomprensibles, siguen entretenidos y el lector se queda perplejo y no vuelve a ellos. No obstante alguien les dice que son de culto y ahí se quedan toda la vida, entretenidos en magrear la expresión, «escritor de culto». Otros se entretienen en hacer textos entretenidos, lo cual no siempre es sinónimo de baja calidad, y entretienen a sus lectores, que a su vez se entretienen recomendando a sus conocidos que compren los libros del escritor entretenido. Aquí no nos decantamos por un estilo u otro, somos más de entretenernos leyendo. O comprando lotería.

Ya nos imaginamos a los niños de San Ildefonso cantando los números. Les confieso que llevo uno acabado en mi número favorito, lo cual no es decir mucho, vaya porquería de confesión, ya que lo tonto sería llevar uno con mi número aborrecido. De todo hay. A la hora de redactar estas líneas no paran de emitir el anuncio del sorteo, será para rebañar un poco y propiciar más ventas. El décimo de la empresa se compra solo por el coraje que te da que le pueda tocar a Gutiérrez, el de la familia por tradición, el del grupo de amigos de siempre por inercia teñida de melancolía y ausencia de sentido práctico. Y luego está el que toca, algo al menos, que es el que adquieres de casualidad, por la calle o en el café, marqués cómprame un numerito que te voy a dar suerte. Y lo compras y fabulas sobre qué harías siendo millonario. Yo procuro siempre el día 21 ensayar para no decirle a los reporteros que el dinero lo voy a emplear «en tapar agujeros», que es expresión sinónima de liquidar deudas pero que a mí siempre me ha parecido tópica, equívoca, impropia de millonarios e incluso un poco ordinaria. Como las deudas.