España y Portugal han sido siempre dos realidades diferentes. Tan cerca y tan lejos fue una interpretación de lo que nos separa muy por encima de su objetivo supuestamente cumplido como eslogan promocional, en los inicios de este siglo. Pese al acercamiento turístico y empresarial, el tópico de la lejanía no ha dejado de manifestarse en otros sentidos. Ahora, al contrario de lo que sucedió durante décadas, la información sobre el vecino fluye al tiempo que se acentúan y ponen de manifiesto las viejas distancias entre iberos. Un par de ejemplos La ultraderecha propiamente dicha tiene un único escaño en la Asamblea de Portugal. Lo ocupa André Ventura, comentarista deportivo y representante de un partido llamado Chega, que en portugués significa es suficiente o basta. Se trata de una fuerza todavía débil pero que poco a poco incrementa su intención de voto. Practica el mismo populismo que Vox, con idénticas soluciones simples para problemas complejos, y mantiene muy buenos contactos con el partido de Abascal. Chega se considera a sí mismo antisistema y pretende acabar con la Constitución de 1976. El ultraderechista tildado como tal en el palacio de São Bento es uno; en el de las Cortes de la Carrera de San Jerónimo, son cincuenta y dos. Mientras que en Portugal la Constitución de 1976 cuenta con un diputado dispuesto a liquidarla, aquí son más de un centenar los que mantienen el propósito de destruir la que nació en 1978 del mayor consenso político de la historia española. En muchos de ellos pretende sustentar Pedro Sánchez el próximo Gobierno. Parece una locura y lo es.