Tenía que escribir un cuento de Navidad y ya estábamos a 23 de diciembre. Para variar, siempre con prisas. Todo columnista que se precie ha de preservar las tradiciones inherentes a su oficio, que son tres a cada cual más difícil de conseguir: derribar un Gobierno, vivir de las columnas y escribir un cuento de Navidad. A ser posible, cada Navidad.

Si no un Gobierno, vale un concejal o una Mancomunidad o una ente comarcal mismo. Yo tengo un amigo muy orgulloso de haber derribado un viceconcejal, pero era un viceconcejal ya casi derribado, diríamos capitidisminuido. Y además lo derribó con un breve, un suelto casi, cosa que no es de mucho mérito. Si derribas a un político de un columnazo, al menos que el hombre, o la mujer, se lleve a su casa la columna, con sus florituras y metáforas, de recuerdo. Y la pueda enseñar, mira, hijo, con este texto aquel cabronazo acabó con mi carrera política. Y en ese plan.

Lo de vivir de las columnas lo cumplimos si tomamos como sinónimo «vivir para las columnas», todo el día pensando en que va a escribir uno y luego, el poco tiempo que queda libre, dedicándolo a escribir lo que previamente se ha pensado. Si es que se ha pensado algo. Y después está lo del cuento.

A lo que íbamos: 23 de diciembre y sin mísera inspiración ni tiempo. Diezmado por el desánimo, astragado por una comilona, cansado y audaz, me interné por mi propia hemeroteca y elegí el cuento de Navidad de 2011 para reproducirlo tal cual por la cara. Y publicarlo de nuevo hoy. Un timo al lector, sí. Una estafilla. Nadie se va a dar cuenta. Lo iba a enviar cuando de pronto me dio por releerlo. Lo recordaba con agrado y me sumergí en él de nuevo. Y, entonces, tamaña sorpresa: el cuento empezaba: «Tenía que escribir un cuento de Navidad y ya estábamos a 23 de diciembre». Joder. No recordaba que empezara así, como este de hoy. Continué y vi que en ese cuento el protagonista era un Gobierno que había derribado a un columnista al que tiró de su pedestal de una pedrada en la cabeza. Pedrada certera efectuada por un subsecretario, ni siquiera por el titular de una cartera de importancia. No recordaba haber escrito eso. Seguí leyendo. Otra sorpresa: al final de ese cuento de 2011 se narraba que el columnista quería publicar el 24 de diciembre el cuento de Navidad que ya publicó el 24 de diciembre de 2002. Lógicamente me fui a la hemeroteca a ver qué había publicado yo esa Nochebuena de 2002. «Ejemplar inexistente», se me advertía lacónica y desafiantemente. Feliz Navidad.