Pudiera ser que para hacer cine de veras crepuscular su autor deba estar viviendo la atmósfera misma del crepúsculo. Es lo que sucedió con Dublineses (los muertos), el más bello filme de John Huston, dirigido desde silla de ruedas. El caso de El irlandés sería en cierto modo parecido, pues aunque quizás haya Scorsese para bastante tiempo su idea es que el cine mismo se está muriendo, al menos el que tiene algo que decir. El protagonista, por su parte, narra su historia desde una silla de ruedas, y la historia cuenta el crepúsculo de una generación de la mafia, o sea, de los «amigos muertos» (de ficción) de Scorsese. Todo tiempo es así, acaba pasando, aunque lo haga al paso del caracol, y va dejando un rastro de baba que la lluvia tardará un tiempo en borrar. Esa baba es la mejor pizarra para escribir algo memorable, como ha hecho Scorsese, aunque toda memoria solo sea una prórroga.