Cristóbal Montoro, del que ya casi nadie se acordará, sigue gobernando en España, o al menos en su economía. Los presupuestos elaborados en 2018 por el entonces ministro de Rajoy han facilitado que la economía española creciese un 2 por ciento este año. O eso calcula, al menos, el Banco de España.

Casi dos años después de muerto -políticamente-, el conservador Montoro sigue ganando batallas para el socialdemócrata Pedro Sánchez, que, tal vez por fortuna para todos, no ha podido hacer sus cuentas. La leyenda del Cid que ganaba batallas en condición de difunto sigue viva en la política española.

No solo es mérito del antiguo ministro de Hacienda, claro está. El FMI, la UE y otros vigilantes de la ortodoxia coinciden en atribuir a la reforma laboral de Rajoy el buen desempeño de las finanzas españolas que, tras casi dos años de interinidad, permiten un crecimiento del PIB por encima de la media europea. Los sindicatos y la izquierda en general reprochan a Sánchez el incumplimiento de su promesa de derogar la mentada reforma; pero el resultado no parece darles la razón. Bien al contrario, el Gobierno interino puede presumir de una robusta economía cuando la mismísima Alemania ha sufrido una merma de su crecimiento durante el último verano. Y sin necesidad de hacer nada.

Otra cosa es que aquella política de recortes de Rajoy haya reducido a la condición de mileuristas -si hay suerte- a la mayoría de los españoles que se incorporan al trabajo. Nada distinto de lo que ha hecho el socialista Antonio Costa en Portugal, con el mismo o incluso mayor éxito a la hora de atraer inversiones y engordar el PIB de su país. No hay como ofrecer empleados a buen precio y -en el caso portugués- suelo barato e impuestos livianos para que las cuentas nacionales experimenten un rápido impulso.

La fórmula la habían inventado, en realidad, los chinos. Su espectacular crecimiento se debe, básicamente, a la baratura del coste de los trabajadores y a la ausencia de lo que en Occidente conocemos como derechos laborales (cada vez más menguantes por aquí, cierto es). Gracias a esa devaluación del valor del trabajo -en un país oficialmente comunista-, los herederos de Mao Tse Tung consiguieron multiplicar su desarrollo económico, hasta el punto de que ya le disputan a Estados Unidos la primacía mundial.

El riesgo de afrontar a China con sus mismas armas consiste, naturalmente, en que a los trabajadores no les alcance su sueldo para pagar el alquiler o la hipoteca. Para los chavales, por ejemplo, se ha puesto del todo imposible el deseo de independizarse; pero ese es, tal vez, el coste de mantener unos buenos números macroeconómicos.

Lo único cierto, en apariencia, es que al presidente Sánchez le va de cine con las medidas económicas adoptadas años atrás por sus antecesores de derechas. Tanto es así, que ha convencido a sus extremados socios de Podemos para que no armen mucho barullo en su vieja demanda de derogar la reforma laboral de Rajoy. Con las cosas de comer no se juega. La duda ya solo estriba en saber quién gobierna aquí. Y Montoro, humildemente, no dice ni mu.

¿Quién gobierna aquí?