El pasado 28 de noviembre, jueves, Serafín Núñez dio su última clase. Se marchó el más grande, literal y simbólicamente. Adiós a su chaqueta, a su corbata, a su paraguas de toda la vida. A sus formas de gentleman. Serafín no tiene móvil ni redes sociales, es una persona real. Es de las personas que tienen detalles, que se acuerda de las cosas. Hace poco, un día vino y me regaló un trono del Cautivo hecho por él. A él no le gusta la Semana Santa, pero sabe que a mi sí. Recuerdo aquella mañana de septiembre del 97, cuando lo conocí, como una premonición. Fue mi tutor en 4º de ESO, y aquella mañana, tras las pertinentes presentaciones, terminó diciendo que no sería nuestro amigo, sería nuestro profesor, pero que no lo entenderíamos hasta dentro de mucho tiempo. Lógicamente, en aquel momento, aquello tenía más de bordería que de presagio de nada bueno. Steve Jobs compartió de forma mediática esa conexión de puntos "backwards" (hacia atrás) en su famoso discurso de Stanford. Pero los que estudiamos con Serafín ya habíamos entendido que las cosas cobran sentido cuando pasa el tiempo y miras hacia atrás. Como buen físico, 30 años de docencia le han dado para construir muchos puentes, encender muchos fuegos y llenar de electricidad cientos de corazones. Yo creo que esas tres cosas, totalmente desapercibidas en el día a día, son el poso que ha dejado en su haber. Además, por supuesto, de inolvidables clases magistrales de física, biología, geología o tecnología. Mucho antes de que grandes personalidades con nombres impronunciables vendieran best sellers sobre innovación educativa, Serafín ya lo hacía. Para innovar no hace falta dar tus clases por YouTube, basta con mirar a tu alrededor, detectar qué funciona en lo que nos rodea, cómo enseñar de forma atractiva y que el hecho educativo, el generar conocimiento en el alumno, suscite su interés e inquietud. Serafín hace veinte años ya lo hacía. Como también educaba con su testimonio de vida, con su parte espiritual. Muchos tuvieron la suerte de tenerlo como referente en situaciones extraescolares donde era imposible no darte cuenta de que tenías al lado a una persona tremendamente generosa y buena. Serafín era absolutamente intolerante ante las faltas de respeto. Sus principios ponían por delante la educación y la disciplina en cualquier circunstancia. Cualquier cosa que atentara contra la dignidad de alguna persona tendría que pasar por encima de él, y eso es imposible (de nuevo, literal y simbólicamente). Gracias por demostrarnos que hacer las cosas bien solo tiene que ver con ser íntegro y transparente, para así poder educar con tu vida. El mundo solo lo hacen mejor las personas así. Por eso me pone triste que ya no estés ahí, en el aula. Ahí hacías el mundo mejor.