Antes hacía uno limpieza de agenda a final de año. O sea, tiraba la vieja y en la nueva apuntaba los números de teléfono que merecía la pena seguir teniendo en cuenta. Ahí se cribaban exnovias, exjefes, examigos, gente a la que nunca llamabas y muertos. Ahora, los números se van acumulando en el móvil y nadie borra nada y pasan los años y tienes ex de todo tipo y hasta gente a la que no deberías escribirle pero le escribes. También podría uno tirar el teléfono cada 31 de diciembre, asunto soñado por las empresas que venden teléfonos, claro. Pero nos hemos hecho el propósito, contra la obsolescencia programada, de que al menos el telefonito nos dure dos años. Más que muchas amistades, más que no pocas lealtades, casi tanto como una carrera universitaria de las de ahora. Un bienio. Suficiente para acometer reformas, insuficiente como para que calen. En dos años se hace uno un máster y en tres, un máster y un año de vagancia.

En tres años, a 52 semanas por año son 156 semanas. Leyendo un libro a la semana salen 156 libros, lo cual es un capital para el intelecto y sin embargo es cifra ínfima para todo lo que hay que leer. Los libros también se borran de la memoria o disco duro de uno. Poco a poco, no necesariamente a final de año. Las listas de libros leídos o recomendados a final de año son una moda. En Twitter hay muchas. Algunas listas se hacen solo para darse el gusto de no mencionar a alguien. Otras se hacen con afán didáctico. O pedantemente. O excluyendo ciertos géneros. Hay gente que lee solo en el móvil. Y no solo números de teléfono. Una estilizada y larga pantalla de móvil es el formato/tamaño ideal para leer una buena columna. Encaja muy bien en la pantalla. El género columnista podría resurgir gracias al móvil. Cualquiera con cierta edad conserva agendas de papel. Ahí arrumbadas, testigos de un tiempo. A veces dan ganas de abrir una, elegir un número y nombre al azar y llamar. Tal vez al otro lado, la voz, de idealizado recuerdo, sea ya la de un anciano. A lo mejor, el número es ahora de otra persona. Persona antipática que nos rechaza y nos recrimina la equivocación o persona amable con la que surgiría una nueva amistad. Podría ser que el número elegido fuera de empresa y ahora su titular no fuera nuestro viejo y olvidado amigo y sí un gerifalte ahora ministro o subsecretario. Hola, qué tal. Con todo esto no queremos decir que las agendas de papel no existan o no se usen. Se siguen regalando por estas fechas y hay unas, pequeñitas, que son muy útiles, pero se usan más bien para tomar notas y no para anotar teléfonos. A mí me gustaban las agendas con un amplio espacio para cada día y así podía anotar en ese espacio lo que había hecho en esa jornada. Con lo cual, al cabo del año, manejando la agenda, revisándola, tenía una suerte de diario o dietario. Te cotilleabas a ti mismo. O sea, cogías un día de primavera de 2016 la agenda de 2014 y veías qué habías hecho el tres de enero de ese 2014, por ejemplo. Lo malo de esta acción es no reconocerse a uno mismo en algunas esperanzas, temores o hechos albergados o perpetrados en el pasado.