¡Feliz Año Nuevo!

Confieso que esta felicitación y estos buenos deseos de un servidor de ustedes se me han quedado, ya en plena trayectoria de salida, sin plumas y cacareando. La verdad es que no podía ser menos después de la perdigonada que la complicada y cada vez más opaca realidad política nacional acaba de propinar a estas palabras que siempre fueron fruto de milenarios usos de cortesía social en aras de la cordialidad y del afecto.

Les confieso que mi idea para el artículo de hoy era otra... Ya tenía casi listo el borrador de un nuevo texto sobre la reciente biografía que Alan Gallay ha dedicado a Sir Walter Raleigh (o Ralegh). Importante personaje de la Inglaterra isabelina que con sus piraterías y sus no pocas veces patéticas maldades dejó asentadas las coordenadas de lo que con el tiempo serían los cimientos del Imperio Británico. El que llegaría a agrupar en los comienzos del siglo pasado a casi una cuarta parte de la población del planeta. Proyecto que en sus comienzos fue alimentado por los recelos y las envidias que inspiraban en el entorno de la soberana británica, la reina Isabel I, la figura del entonces mucho más poderoso y temible monarca español: el rey Felipe II. Las turbulencias de la caleidoscópica situación política española en estos momentos me obligan, por cortesía con los lectores, a retrasar un par de semanas el envío de ese trabajo menor.

Hace casi un año publiqué en estas siempre muy civilizadas páginas de La Opinión de Málaga un texto que llevó el título de 'Decoro'. Fue el 9 de febrero pasado. Empezaba con estas palabras: «Decía Thorstein Veblen, aquel memorable sociólogo y economista estadounidense, que pocas cosas nos pueden producir tanta repulsión como la aparente pérdida del decoro moral. Así lo percibimos en políticos de ese arco que va desde personajes como Donald Trump o Nicolás Maduro en un extremo hasta versiones menos abrasivas como las que representarían Jeremy Corbyn en el Reino Unido y quizás Pedro Sánchez en España. En estos últimos el más común denominador podría ser el contorsionismo ético en el que se están instalando».

No en vano el maestro Bagehot ya nos ofreció entonces estas reflexiones (a las que cito de nuevo) desde su tribuna semanal del Economist: «Las contorsiones de Mr Corbyn sobre el brexit están obligando a sus seguidores a replantearse su idea de que él es un hombre de principios». ¿Ocurre algo similar por esta parte del mundo?

Tengo la impresión de que no pocos socialistas españoles se encuentran estos días en una muy ingrata situación. Como la que amenazaba a aquellos navegantes de la antigüedad que tenían que aventurarse entre los dos monstruos marinos de la mitología griega: Escila y Caribdis. Uno acechaba desde los acantilados. El otro desde un remolino. Ambos eran letales€