Señor presidente:

¿Me permite usted, tal y como hizo Émile Zola en 1898 con Félix Faure, decirle que su estrella, tan afortunada hasta ahora, se ha suicidado por la más vergonzosa y más imborrable de las infamias?

Seguramente hoy, 7 de enero de 2020, haya consumado el estadicidio que lleva años pergeñando, y por eso es a usted, señor presidente, a quién gritaré esta verdad con todas las fuerzas de mi indignación de hombre honesto:

Le acuso a usted, Pedro Sánchez, de haber antepuesto su ambición megalomaníaca al bien común y la paz social. De haber mentido alevosamente sobre el futuro de España y de empujarnos a nuevos horizontes con forma de precipicio a cuyo fondo nos condena. Le acuso de politizar e instrumentalizar las instituciones del Estado y violar la memoria de las víctimas del terrorismo, de convertir el progresismo en un prostíbulo dedicado a la trata de almas, de escupir sobre el legado socialista que ayudó a hacer del nuestro un país democrático y en continua evolución, de pisotear el abrazo y el perdón de la transición, de desgarrar y subastar los girones de la piel de toro, y de atentar contra los más básicos principios que inspiraron la Constitución Española. Le acuso de ofrecer en su discurso de investidura un mundo irrealizable a pagar con bolsillos ajenos, de fomentar el odio fratricida, encumbrar a una recua de malnacidos cuyo único afán radica en su propio beneficio a costa de ideales apostatados, anunciar que Roma está de rebajas y ahora sí paga a traidores, arrodillar a todo el pueblo español ante el chantaje desquiciado de batasunos o separatistas, y dejar que su ego extienda cheques que sus socios, ya lo sabe, nunca querrán pagar. Le acuso de dinamitar el honor y la dignidad de los cuerpos y fuerzas de seguridad, de maniatar y amordazar la libertad de prensa, de fomentar el sesgo y afear la cultura, de aplaudir el pensamiento único, y de arrimarse a los flamantes seguidores de sistemas políticos mundial y probadamente fracasados.

Le acuso a usted, Pedro Sánchez, de no defender al Jefe de Estado, de formar gobiernos premiando la obediencia ciega y castigando la incómoda pero provechosa brillantez, de reescribir la Historia con mentiras infundadas y revanchismos enconados, de orinar sobre las pensiones y lavarse las manos en el desagüe moral del que beben sus asesores, de encarecer el impulso y la innovación, de sodomizar a los autónomos, y de banalizar el respeto a las tradiciones. Le acuso de hacer el ridículo internacionalmente, de esconderse tras la manoseada bandera del cambio climático, de asociarse con partidos que no reconocen la Carta Magna ni la Monarquía Parlamentaria como pilares de nuestro Estado de Derecho, de reunir a los presos etarras, de violentar el uso y disfrute de la propiedad privada, y de apadrinar a los peores indigentes intelectuales de cada casa.

Le acuso a usted, presidente Sánchez, de escoger ministros juristas (Carmen Calvo, Fernando Grande-Marlaska, Margarita Robles y Dolores Delgado) que se achantan cuando dispara a la línea de flotación del poder judicial, de fomentar un sistema educativo sectario y proselitista, de apostar por la ruina y la desesperación en vez de jugárselo todo al emprendimiento y la ilusión, de abogar por el relativismo, y de encabezar un aquelarre de advenedizos filocomunistas. Le acuso directamente, a la cara, de atentar contra la libertad de credo, de abjurar de su promesa de mantener unido el país, de inocular el temor en todos los que creíamos que la gloriosa idea de España era otra cosa, de actuar como si las fronteras del Reino fueran las lindes de su cortijo, y de fomentar con ahínco una sociedad mediocre, adormecida, cobarde, hipotecada, inculta, dócil y, si no lo evitamos, bobalicona y sumisa.

Presidente Sánchez, no le conozco personalmente, nunca le he visto, y espero que así siga siendo, pero sus actos me hacen sentir una rotunda repulsión. Para mí no es más que un espíritu de perversión social, otro miserable majadero con ínfulas de grandeza. Y la columna que ahora firmo no es más que un medio para intentar acelerar la explosión de la verdad, la rabia y la justicia. Solo anhelo una cosa, y es que se haga la luz en nombre de un pueblo que tanto va a sufrir y que tiene derecho a la felicidad. Mi ardiente protesta no es sino un grito que me surge del alma. ¡Que se atrevan, pues, a llevarme ante los odiadores, los censores y los paniaguados, y me ajusticien públicamente de un tuit en la nuca!

Acepte, señor presidente, mi más profundo desprecio. Nunca suyo. Firmado: Javier Muriel Navarrete.