En las investiduras de presidentes no ha reinado hasta ahora en España un clima de emoción ante el resultado. La única que se recuerda en tales ceremonias la puso en 1981 el Teniente Coronel Tejero, de infausta memoria. La emoción ha estado siempre en el día electoral, tras el que la hegemonía de los grandes partidos y la disciplina férrea de éstos se ocupaba de escenificar el desenlace de las negociaciones (cuando estas hacían falta). Hoy, en cambio, nadie estará seguro del todo de lo que acabe pasando en el Congreso. Podemos verlo, sin duda, en negativo, como expresión de fluidez política y de la inestabilidad que se avecina. Pero también podríamos ver en este nuevo estado del cuerpo congresual una llamada permanente a la negociación y un obligado dinamismo, capaces tal vez de airear cierto ambiente de casino de pueblo, dicho sea con el mayor respeto a los honrados casinos de pueblo.