Los Reyes me trajeron una primera edición de 'Senos', de Ramón Gómez de la Serna, libro que yo había leído en primera juventud y que ahora, placeres de la madurez, releo en tarde postnavideña, con dos kilos nuevos adheridos a la cintura, el paracetamol a mano, los kleenex mancillados y una aprensión o temor de que el libro no me guste lo que me gustó antaño. Sorbito de Macallan. Por si acaso lo acaricio, acaricio el volumen, su lomo está herido. Le falta la contraportada. El año de impresión está difuso. El editor advierte que la tipografía es de El Adelantado, que es el periódico de Segovia de toda la vida y no sé si algo más. Año 1923. Las páginas están gruesas del uso. No amarillean, grisean. Es un tesoro, una pieza mayor para un bibliófilo, una alegría. 'Senos'. De la novicia, de la malvada, senos en disputa, senos brasileños, españoles, de obsesión o para olvidar. Un monumento a los senos no senil. Surrealista. Literario. Hombrón. Talentoso. Juan Manuel de Prada publicó, en homenaje a De la Serna, homenaje bastorro, un libro titulado 'Coños'. Igual estructura: capítulos muy cortos a modo de narraciones o reflexiones y todos ellos sobre los coños, al igual que De la Serna hizo con los senos. Un amigo me envía un vídeo, 'El orador', en el que se ve a De la Serna, el inventor de las greguerías, hablando en el Retiro. Pura delicia. Ida de olla, que diría un moderno que ya no lo sea tanto. Se quedaría uno todo enero entre esos senos de tipografía incierta y turgencia literaria, esbeltos como buen argumento, sedosos y suaves como la prosa maestra que fluye sin alharacas.