Quien convierte en público lo privado sin autorización del afectado es un/una sinvergüenza. Además, este hombre no estaba haciendo nada contra el club que le desacredite profesionalmente -llevara o no puesta esa camiseta en el vídeo- ni era ilegal lo que estaba haciendo en su ámbito privado»...

El tuit es mío. No suelo interactuar demasiado en las redes sociales, aunque ya parece una servidumbre normalizada hacerlo. Tampoco me bajo del burro de creer que hemos convertido una simple herramienta de comunicación en un fin al que le hemos otorgado lacre de oficialidad. No dejo de repetir que la opinión es un derecho pero no un deber. Y sigo sin estar dispuesto a vivir dentro del espejismo de creer que lo que se opina en las redes es la opinión de la calle, siendo 'la calle' quienes sean y cuántos sean, pero la muestra suficiente de una generalidad que nos refleja como sociedad. No.

Sin embargo, sobre un asunto como el del vídeo privado, difundido en público, de Víctor Sánchez del Amo, que tiene al Málaga CF al fondo pero no de fondo, opiné.

Y lo sigo haciendo ahora porque creo que el asunto tiene un mayor calado que el de ser un mero cotilleo o sólo argumento agitador de foros malaguistas con el jeque de fondo. Lo hago porque me resulta insoportable la suciedad que encierra el acto de servir de soporte al chantaje moral de quienes utilizan la intimidad del otro contra él, normalmente para beneficio propio o para someterlo al escarnio de una sociedad proclive al cotilleo y a elevar el dedo acusador por venganza o despecho.

Desde que existe el ciberespacio, los viejos usos del soborno y otras amenazas que antes cabían en un sobre cerrado con fotos robadas, por ejemplo, se han universalizado a la velocidad de un click. Pero la vileza es la misma que en la época analógica y no parece que la pretendida modernidad de nuestro mundo digital la haya erradicado, más bien le ha regalado el mayor altavoz que jamás había tenido hasta nuestros líquidos días. Por eso no dejé ayer de intervenir en conversaciones que trataban una y otra vez de imaginar la situación grabada entre chascarrillos eróticofestivos o morbosos y delirios detectivescos de aficionados al culebrón de dos rombos. Y siempre la víctima de este asunto, Sánchez del Amo, el mismo que lo denunció, era quien terminaba puesto en la picota de la conversación. El día que nos importe un pito el pito o el tete o las tetas de nadie habremos madurado. Y, de paso, no les pondremos en bandeja el chantaje ni nos convertiremos en colaboradores necesarios de su indigna venganza a quienes debieran ser los únicos verdaderamente despreciables de asuntos como éste. Un asunto, cuidado, que ya en otras ocasiones como la de aquella chica cuyo vídeo sexual se fueron pasando sus compañeros de trabajo ante sus narices, ha terminado produciendo un daño irreparable a quienes debieran haber sido mejor protegidos y, sobre todo, tratados como inocentes y no como indecentes.