Parece una operación política y financiera, pero la ocupación de la cima de la Bolsa por Aramco, desplazando de ella a las tecnológicas, refleja sobre todo una voluntad petrolera de poder, reaccionando frente al acoso social del ahorro energético y la condena de los plásticos (iniciada con la expulsión de las bolsas de basura). La piedra filosofal de los alquimistas era un vaticinio hoy cumplido, y el petróleo sigue siendo la droga de nuestra vida de consumidores compulsivos. La obsesión por el trono de la Bolsa parece un tanto primaria, pero en el mundo del poder, donde lo que importa es saber quién manda, todas lo son. Quien manda ahora es el príncipe Salman, que solo ha tenido que esperar a que escampara la pequeña tormenta provocada por el terrible asesinato de Khashoggi, oficialmente fruto del exceso de celo de unos subalternos a la hora de interpretar la voluntad de poder.