edro Sánchez ha parido, con dolor supongo, un gobierno que ya antes de tomar posesión (será el lunes) ha recibido palos de todos los colores, en especial de los medios alineados con la extrema derecha y merecido desaforados ataques del PP, vía Maroto (lo mismo vale para un roto que para un descosido), con el plenario de la legión de Vox a marchamartillo dándole a Sánchez donde más duele, o sea en sus partes y con alarmados presidentes de comunidades autónomas dispuestos a echarse a la calle unos, y, otros, como la presidenta de Madrid, Díaz Ayuso, siempre en la derecha extrema, en grado de rebeldía sin más rédito que su manifiesta incapacidad para gobernar (mejor pasear el perrito de Esperanza Aguirre). No crean ustedes que el gobierno de Sánchez cuenta con toda la bendición en el seno de su partido. Hay heridas que no se cierran y no es raro escuchar a históricos socialistas, dirigentes en la Transición de mucho calado, de que este Gobierno es una «puñetera mierda» por aquello de haberse gestado con los polvos (varios, tengo entendido) de los republicanos catalanes y los abertzales vascos. Como digo, Sánchez recibe cera por todas partes e incluso barones hay en su partido, a tenor de lo que dice la ínclita Arrimadas, que se la tienen guardada. Es posible, pero no lo sé.

Lo que sí sé, porque es constatable, es por donde irá este Gobierno non nato. Y, propio de Sánchez, sorprendiendo a propios y extraños con la creación de una macroárea ambiental, con rango de vicepresidencia y que recae en Teresa Ribera, gran especialista en la materia, consumada luchadora en cuestiones medioambientales, de reconocido prestigio internacional, combativa 'a muerte' contra el cambio climático y suficientemente preparada para liderar esta lucha. Sánchez desvela, así, una de las políticas que serán clave en su gobierno y que encierra, además, una cercanía a la juventud, la más combativa en esta materia. Sánchez ha hecho un gobierno a imagen y semejanza, con avezados comodines en áreas esenciales.

Como es natural, por aquello de que habrá 20 ministerios (cuatro vicepresidencias), el PP, vía al sonriente Pablo Montesinos, ya dice que es un despilfarro y que Sánchez, más o menos, tira la casa por la ventana. Es posible, pero Sánchez tiene la obligación de romper moldes, rodearse de un gobierno esencialmente político y que comulgue con los principios básicos del estado de bienestar. En sus primeros cien días deberá dejar claro qué quiere, cómo lo quiere y con quién. En este sentido, que haya sido aupada María Jesús Montero a hacer compatible su responsabilidad en materia de Hacienda con ser portavoz del Gobierno habla y mucho de la alta consideración que merece la andaluza para Sánchez. Tiene, además, María Jesús Montero alta credibilidad en la sociedad y, sobre todo, por sus estrechas relaciones con la cúpula de Unidas Podemos. Pablo Iglesias, que ha encontrado en el Gobierno el bálsamo de Fierabrás para sus contables problemas, tendrá en Montero una interlocutora válida, sensata y serena y que tiene colgada la medalla de haber sido reprobada por el PP en el Parlamento. María Jesús Montero y Alberto Garzón, ministro que será de Consumo, tienen la responsabilidad de minimizar las tensiones que serán habituales entre los dos socios de Gobierno.

Y si en Pedro Sánchez hay parto (simbólico) con dolor, en Pablo Casado parece que necesitará cesárea (simbólica, también) porque en el seno de su partido se debate si se debe seguir por el regreso a la crispación, con agresivas intervenciones que incluso superan a Vox (Casado, versus Abascal) o, por el contrario, centrarse y dejar de mirar por el retrovisor a Vox, a poco más de un punto del sorpaso. Casado no tiene autoridad suficiente, ni pose, ordeno y mando que tenían Fraga, Aznar y Rajoy (palabras mayores, oiga) en el partido. Casado tiene en duda su credibilidad por continuos bandazos, carecer de liderazgo y tener dos musas áulicas que perviven en la derecha extrema como Cayetana Álvarez y Díaz Ayuso. Cuando se oye a Casado, que se ve cansado, se tiene la sensación, al menos eso pienso, de ver un líder de la derecha sin estrategia, salvo dar mamporros sin ton ni son a Pedro Sánchez y lo que representa, en la senda del bloqueo a instituciones y desprecio al mandato de las urnas (Gobierno parlamentario) y con miedo a que ocupe su espacio político la ultraderecha. Si el dilema de Sánchez, que no es poco, es gobernar en la necesidad de pactar hasta la tilde a poner, el de Pablo Casado es más que preocupante por su indefinición pese a la llamada de sensatos próceres del PP como Feijóo, Álvaro Alonso y Moreno Bonilla, más proclives a sentirse en posiciones centristas, capaces de pactar y preservar las instituciones por encima de una política partidaria, todo lo contrario a lo que pregona, proclama y se divierte en su insustancialidad y fracaso como candidata del PP Cataluña. Y con la sonrisa de Montesinos.