Sala de sesiones del Congreso de los Diputados, Madrid, 5 de enero de 2020. El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Pérez, detalla a sus señorías, su plan de gobierno si resulta elegido, sea en la primera vuelta, en la que no lo fue, o en la segunda, cuando se alzó con dos síes más que los noes.

Pablo Esposado le escucha atentamente desde su escaño, algo más distraído Santiago Peñascal repasa sus notas, Pablo Checa mira fijamente al orador asintiendo ligeramente con la cabeza, Gabriel Gañán parece una estatua de mármol fija su vista en el vacío, Inés Recogidas dibuja una cierta burla en sus labios y en esos ojos escépticos y chispeantes, y Mertxe Kasparua no puede disimular su mala leche en los puños apretados y en la mandíbula, lista para hacer presa.

Pérez habla de ciencia y tecnología, de los derechos de la mujer, de la Unión Europea, de esto y de lo otro… pero se le espera en cuanto vuelva la esquina y miente a Cataluña, y llega a donde solía y habla del necesario diálogo y de una consulta política respetuosa con la Constitución, generando así una evolución de la borrasca por buena parte del hemiciclo con descarga de aparato eléctrico, como bien habían advertido los meteorólogos de la cosa pública, los cronistas parlamentarios y otras especies de plumíferos.

Pablo Esposado, por su parte, hizo una intervención a su altura, es decir, bajita, sin estridencias, aseada, con admoniciones y mucha fe en la Constitución y la unidad de España.

Santiago Peñascal fue mucho más sonoro, su pecho se lo permitía como caja de resonancia de una voz flamígera que condenaba a los infiernos a un presidente que se había atrevido a un pacto con las fuerzas que quieren destruir España, vino a decir, entre otras referencias condenatorias, como a las «manadas», pero no precisamente de Pamplona, sino de algunos jóvenes venidos allende nuestras fronteras y que agraviaban a la población.

Pablo Checa pareció, por un momento, salido de Actors Studio y tuvo palabras emotivas y afinados sus párpados para hacer creíble un discurso que decía dirigir a los más desfavorecidos de la sociedad, trazando así una perpendicular a la recta del candidato a presidente.

Por su parte, Inés Recogidas, que se había esforzado desde días antes en innumerables llamadas telefónicas en búsqueda de un hombre justo entre los 120 escaños socialistas, sin encontrar ninguno (Génesis 18: 23-24), le afeó al presidente la gravedad del paso que iba a dar con sus socios de gobierno y más aún con los golpistas catalanes.

Desde luego, fue la intervención de Kasparua la que causó un mayor incendio en la pradera y las cumbres de los escaños de sus señorías cuando llamó autoritario al Rey y habló del derecho a la autodeterminación y otros referentes del discurso bilduetarra. Más sosegado, Gañán no dejó tampoco de demandar su república catalana, y expresó confianza en que las negociaciones habidas con el partido de Pérez fueran el camino que condujera a la misma y a la libertad de los que llamó presos políticos.

En la tribuna de invitados, una pareja comentaba en voz baja la sesión antes del escrutinio. Él recordaba a Calicles, personaje de Platón que aparece en el Gorgias y cuyo único papel es echar por tierra las construcciones de la sociedad ateniense, asemejándolo a Pérez, que se enfrenta a Sócrates, del cual no sabe quién podría representarle en el hemiciclo, y que sostiene que «la sociedad debe ser justa», pero el otro dice «no, la sociedad limita al individuo», Sócrates apela al bien y a la justicia, y a Calicles le parece que el bien y la justicia son cosa de débiles y cuya necesidad acaba hundiendo al fuerte, al que podría disponer de todo lo que quisiera con solo alargar la mano. Calicles, en definitiva, es un tipo peligroso, como el Nietszche más salvaje. En cualquier caso, precisó ella, hoy nos jugamos mucho. ¿No fue Azaña el que dijo el 14 de octubre de 1931, cuando era ministro de la Guerra, que España había dejado de ser católica?, pues hoy España ha dado su primer paso para dejar de ser España. Anda ya, no exageres, le contestó él. ¿Una cena?, le respondió ella retadora.

Poco tiempo después, su marido la invitó a una magnífica cena en Skina, Marbella. Había ganado la apuesta, pero los dos seguían discutiendo acerca de quién tenía la culpa mientras tomaban una copa de buen vino.