La calle de la conciencia española se llama Galdós. No la encontrarán enmarcada en la fachada de ninguna vía urbana. Es en el mapa de la literatura donde existe reconocida, aunque sólo sea en una de sus esquinas. También nombra este apellido de raíz vasca la realidad como sujeto y con mucho de adjetivo en la que actualmente los españoles se descalabran con un lenguaje grueso, de pedregal y antorchas. No hay trigal frio -traducción de su voz heráldica- al que las llamas de la bronca no amenace, haciéndonos recordar una de las ideas con muro de graffiti del maestro de los Episodios Nacionales: «La moral política es como una capa con tantos remiendos, que no se sabe ya cuál es el paño primitivo». Pocas veces un bienio tiene tanto que ver con el presente imperfecto hasta el punto de poder celebrarlo bajo la efeméride de El Regreso de Galdós y su combate contra la política de la fe, la política del escepticismo y el mercadeo de las ideas, comprometido con la democracia, la tolerancia, el progreso y la justicia. Las cuatro asignaturas que no terminan de aprobar con holgura y vocación de sobresaliente nuestros representantes políticos, ni tampoco muchos de quiénes se abanderan de ciudadanía sin cumplir los significados ilustrados del concepto de ser ciudadano. El término de espíritu republicano que siempre dignificó el autor de 'Ángel Guerra' desde su formación krausista, su admiración por la Institución Libre de Enseñanza, su convencimiento ético y su trabajo de periodista independiente que lo mismo realizó crónicas de teatro, obituarios, semblanzas del Madrid vacío del verano y la defensa de Lope de Vega «olvidado en 1865 cuando la memoria de su natalicio, mientras por todo lo alto se celebran fuera los aniversarios de Shakespeare y de Goethe», que sin pelos en la lengua denunció que desde 1845 la política de partidos se apoya en el nepotismo, la corrupción, los egos y los resentimientos personales entre los adversarios. O que la más relevante dificultad para el progreso es que muchos de los hombres de la política conciben que ésta está a su servicio, y no ellos a servicio del país y sus necesidades urgentes a tamaño de la gente.

Vino el canario a cantar Madrid en todos sus escenarios de cafés, de noches con perfume de carmín en uve, en el Parlamento de oradores y en la diversidad de sus géneros literarios. Porque si fue ese periodista observador e incisivo, descreído y directo en su lenguaje crítico, también esa condición la dejó patente en su dramaturgia admirada por María Guerrero y Margarita Xirgú, lo mismo que en sus novelas. Dos de ellas, 'Miau' y 'Misericordia' las descubrí adolescente gracias a sus adaptaciones en Estudio 1 con Julio Núñez, José María Rodero y José Bódalo. Una crítica brutal, la primera, a la ineptitud de la Administración Pública contaminada por la tendencia política del enchufismo de amigos y familiares, contribuyendo al fortalecimiento indeseable del carácter ineficiente y clientelar de las administraciones. Y una dura radiografía, la segunda, de los desclasados y los pobres que sobreviven gracias a la picaresca de la mendicidad profesional, y en algunos casos agrupados como mafias de una indigencia jerárquica. Ejemplos del universo narrado por nuestro escritor cervantino, con impronta de Dickens y de Balzac en su magisterio de ahondar en la naturaleza de la realidad, de las personas y de sus pasiones, vilezas, sueños y derrotas con epidermis y tinieblas humanas. Sus retratos sociales expresan una credibilidad basada en su condición de periodista con gusto por el trabajo de campo que le permitió acompañarse de policías para recorrer los barrios del sur de Madrid o disfrazarse de médico de la Higiene Municipal para visitar las casas más pobres de Lavapiés. También su 'Fortunata y Jacinta' es un maravilloso daguerrotipo sobre las relaciones de clase y de sexo, y la mujer entre la esclavitud y la rebeldía, brillante por la fuerza de su lenguaje con diálogos en duelo entre lo cotidiano y lo burgués, y por los matices psicológicos de las contradicciones de sus criaturas de ficción con anónima utenticidad. Imposible no acordarse de la adaptación de la novela que hizo Mario Camus para televisión española con Ana Belén y Maribel Martín en los papeles principales. Años después, a punto de presentar mi libro de relatos 'Drugstore' en Páginas de Espuma, me alojé en un hostal de la plaza de La Luna de Madrid en cuyas escaleras se respiraba el aroma de Fortunata, su fantasma por aquellos peldaños de madera, vencidos por los años. Quién sabe si por los mismos ascendió Pérez Galdós en busca del abrazo de una de sus amantes.

Sin mujeres no hay arte escribió don Benito, seductor de labia en corto, de epístolas y entre las sábanas -las de placeres con precio y las íntimas de damas-desde una primera juventud en la que frecuentaba el Café Universal, y mientras robaba de oído la viveza de las conversaciones y con la mirada tomaba nota de los tics de las personas -materiales a los que luego su talento y su escritura les calibraba el sello literario- hacía con papel de periódicos pajaritas de papel y figuras de las mujeres de la vida que pululaban entre las mesas del café, y que él colocaba en hilera sobre el mármol como si fuesen una promesa de las huestes de sus conquistas. La asturiana Lorenza Cobián González, hermosa modelo de pintores que acabó suicidándose tras su tormentosa relación; la escritora Emilia Pardo Bazán con la que entrecruzó cartas de alta temperatura y una intermitente pasión, no exenta de talante admirativo entre ambos; Concha Ruth Morell, quien inspiró el personaje de Tristana; y Teodosia Gandarias, una maestra muy culta que leía a Maquiavelo, estudiaba inglés, y lo abrigó hasta el final de sus días ciegos, con ternura de compañera y dedicación de secretaria en la corrección de las galeradas de sus últimos trabajos, con música de fondo. No de ellas, pero sí de las otras mujeres de carne y hueso de sus novelas han escrito mucho dos excelentes profesoras expertas como Pilar Palomo y Yolanda Arencibia, autora en el número 203 de 2018 de la revista Mercurio de la pieza 'Mujeres auténticas' acerca de sus personajes femeninos rompedores y modernos.

A pesar de que muy pocos han leído la obra magna de los Episodios Nacionales, ni tampoco otras suyas, Galdós fue un filón para el cine desde que 1925 se estrenó la versión muda de 'El abuelo', cuya novela igualmente hizo película José Luis Garci en 1998, y en medio las versiones de 'Nazarin' de 1959 con Paco Rabal en el papel del cura protagonista, 'Tormento' de Pedro Olea en 1974 y en ese mismo año 'Tristana' con ojos de Buñuel. Más desconocida aún es su vocación cosmopolita de escritor viajero por Europa como corresponsal de guerra; por Inglaterra acerca de la que publicó 'La casa de Shakespeare'; por la Italia trazada en su libro 'Las ciudades', y por España desmenuzada en 'Cuarenta leguas por Cantabria'. Sus relatos de viajes nos ofrecen un testimonio de sus inquietudes artísticas, de su comprensión de la diversidad del paisaje y del carácter español entre lo ibérico y lo europeo. Pero es en la literatura de otros donde más presente está su huella reivindicada por Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina, Manuel Longares o el fallecido y brillante Rafael Chirbes. No obstante su legado se mantiene vivo y transversal gracias a la labor de la Casa Museo de Las Palmas de Gran Canaria, dirigida por Victoria Galván y en la que desde 1973 se celebran congresos acerca de la obra del insigne escritor cuyo retrato de Sorolla admiré cuando fui invitado a presentar mi libro 'Vidas Prometidas', acompañado por mi querida amiga Coca de Armas. También en su isla tendrá su homenaje el novelista al que los colegas más reaccionarios de su época le negaron su apoyo en la candidatura del Nobel entre 1912 y 1915, que finalmente obtuvo Echegaray con mucho menos fuste. Una injusticia, al igual que la falta del conocimiento internacional que merece, a la altura de Flaubert o de Tolstói, a juicio de Luis García Montero y de muchos más entre los que me encuentro. Lo mismo que Germán Gullón y Marta Sanz comisarían la celebración de su bienio en la Biblioteca Nacional con exposiciones, encuentros literarios, cine galdosiano y una obra teatral sobre su relación con Emilia Pardo Bazán. Un merecido regalo al cronista de la España del siglo XIX que perfiló su conciencia en las cinco series de 46 capítulos de sus 'Episodios', publicados entre 1873 y 1912.

Juega el destino con el tiempo provocando que las costumbres de la vida y las querencias de nuestra política vuelvan a estar Galdós bocarriba. Un pasado en el presente que basta como razón importante para fomentar en este 2020 y en todos los ámbitos, especialmente en el educativo, el conocimiento de su inteligencia en la búsqueda de la rebeldía protagonista de las historias cotidianas, contadas con un lenguaje al alcance de la mano y del oído de todos. La gran característica del escritor del realismo de almas, como lo definió Dámaso Alonso, sin el cual Valle-Inclán no hubiese publicado en el mismo año de su muerte 'Luces de Bohemia', la fusión perfecta de sus dos miradas de espadachines con los perennes espectros de España.

Volvamos a Galdós, disfrutémoslo y hagamos las paces con nosotros.