No te vas a creer lo que me ha pasado, me dijo exultante de alegría al otro lado del teléfono. Me ha llamado el alcalde y me ha ofrecido ser el rey Melchor, me dijo Juande. !!Enhorabuena!!, le respondí, me alegro mucho. Pero no sabes lo mejor, añadió. Necesito dos pajes y he pensado en que uno seas tú.

Ahí es cuando me quedé sin palabras. ¿Yo? Acerté apenas a responder. Sí tú, si quieres claro. Sin atreverme a responder, utilicé el comodín de la chirigota del Carnaval de Cádiz: «Lo que diga mi mujer». Y dijo sí.

Así es como tuve la suerte de convertirme en paje real de la Cabalgata de Málaga. En ese momento, los nervios comenzaron a aflorar en el estómago. Nervios, sazonados con alegría, incertidumbre y emoción, mucha emoción, como la que nos transmitió el diseñador malagueño de alta costura Jesús Segado cuyo talento iba a ser puesto a prueba por la inmediatez del encargo para diseñar los trajes de los Reyes Magos y de todos sus ayudantes.

Y lo consiguió. El día que fuimos a hacernos las pruebas Juande Mellado, Paco Miralles y un servidor, la magia de Jesús Segado nos transportó a nuestra niñez, dibujando mil y una sonrisas frente al espejo. La magia se hacía visible.

Los nervios por dentro iban creciendo. Hasta que llegó el gran día. La Agrupación de Cofradías había convocado a sus Majestades de Oriente y a sus pajes reales para agasajarles, sobre la una de la tarde, en la casa hermandad del Sepulcro. Lo que hace años comenzó como un homenaje al Rey Gaspar, que nombra la Agrupación -explicó después la concejala Teresa Porras- se transformó recientemente y de manera acertada en un acto de confraternización con quienes encarnan cada año a sus Majestades de Oriente.

Indescriptible la camaradería de los cofrades en un entrañable acto en el que por un día dejan atrás sus rivalidades terrenales y se vuelven niños esperando el detalle con el que les obsequiarán sus majestades.

Y en el centro de todo, discreta, pero todopoderosa, Teresa Porras. «Celebro vuestra participación para incrementar las carrozas con motivos religiosos, propios de esta festividad, pero os lanzo el reto de hacer la Semana Santa aún más grande proyectando un videomapping de la Pasión de Cristo sobre las murallas de la Alcazaba», dijo la edil. Ahí queda el reto.

Acabado el banquete y los discursos de rigor, los nervios aceleraron el pulso. «Lo que vais a vivir ahora no lo vais a olvidar en vuestra vida. Disfrutadlo todo lo que podáis», nos comentó un cofrade de mayor edad, experimentado en estas lides.

Pasadas las tres de la tarde, nos dirigimos a la Alcazaba donde nos esperaba Jesús Segado acompañado de un nutrido equipo de maquilladores y estilistas. La magia se iba a hacer realidad.

Allí, entre siglos de historia petrificada, un equipo de profesionales dirigidos por el incombustible Chencho Ortiz nos caracterizó como miles de años atrás para llevar la ilusión a los niños malagueños e incluso no dudó en auxiliar a Juande durante el recorrido cuando comenzó a tener un problema de bigotes.

Tras los retoques de última hora y los tradicionales caramelazos de los cofrades, llegó el momento.

Y la magia apareció. No puedo evitar el cosquilleo ni controlar la sonrisa al recordar la expresión de los niños cuando les dábamos la mano en el trayecto entre la Alcazaba y el Ayuntamiento e incluso a los niños que se nos acercaron dentro del Consistorio.

«Me ha dado la mano», decía emocionado un niño a su madre. «He sido muy bueno», decía otro para despejar cualquier duda. Y todos asentían, ensimismados, cuando les preguntabas si habían sido buenos y les recordabas que esa noche tenían que acostarse pronto. Los más rezagados, incluso, te entregaban sus cartas con las peticiones de última hora.

La Cabalgata se desarrolló con normalidad gracias a los cientos de voluntarios, Policía Local, Bomberos y Protección Civil, y fue un éxito de organización, supervisada en todo momento por Teresa Porras, a veces niña, a veces concejala. Hasta el alcalde, Francisco de la Torre, se volvió niño cuando recibió a los Reyes Magos a los pies del Ayuntamiento.

«No os preocupéis», nos dijeron algunos «siempre sobran caramelos». En ese momento Juande, Paco y yo nos conjuramos: «Este año, no. Hemos venido a repartir caramelos». Y lo conseguimos. Nada más entrar en la plaza de la Merced, final del recorrido, nos sentamos exhaustos. Habíamos agotado existencias. Y ante la demanda ciudadana, saludábamos con la mejor de nuestras sonrisas. Sólo quedaba el acto final, la adoración al Niño del Belén viviente de la Catedral. Un sencillo pero emotivo acto para no olvidar, realmente, quién da sentido a este día.