La tendencia a dotar de cualidades humanas a entes liberados de todas las limitaciones propias de nuestra especie amenaza con alterar a aquello a lo que atribuimos la esencia de lo que somos, como el manejo del lenguaje. Con las presidenciales de Estados Unidos ya encima, ante el debate político que se avecina, los expertos comienzan a detectar la proliferación de formas digitales con autonomía para participar en las confrontaciones en las redes con mayores capacidades que muchos diputados que ocupan su porción de realidad en el Congreso. Esos productos de la inteligencia artificial actúan de una forma menos robótica que muchos representantes públicos, que consumen su tiempo parlamentario encelados con el móvil que les viene con el cargo, saturando las conexiones con el argumentario que les llega predigerido de buena mañana y cuya aportación propia se reduce a algunas estupideces, que en ocasiones merecerían un tratamiento penal. Tendemos a tomar como efecto de las restricciones de Twitter lo que en la mayoría de los casos son meras estrecheces mentales.

«El software de generación de texto ya es lo suficientemente bueno como para engañar a la mayoría la mayor parte del tiempo», constata a su lincolniana manera el profesor universitario Bruce Schneier en un artículo reciente en 'The Atlantic'. Hasta ahora ese instrumental se limitaba a la elaboración de noticias, una mala novedad para la profesión periodística, pero lo que eran formas primarias, identificables con facilidad como un producto de la inteligencia artificial, comienzan a dar el salto y tienen ya capacidades argumentativas, que permiten hacerlas pasar por personas reales, cada vez más indistinguibles para sus posibles interlocutores en las redes.

Estamos ante la consumación de lo que nos anticipaba 'Blade Runner': la dificultad de discriminar entre el humano y la creación del humano. Incluso nos mostramos predispuestos a caer en la confusión, aunque cambie el objeto de la tentación. Ya no se trata de que la sublime corporeidad de Sean Young nos haga olvidar sus atributos artificiales. El atractivo de los nuevos replicantes consiste en estar diseñados para proporcionar un argumento cortado a la medida de quien tiene enfrente, de reforzar posiciones antes que de cuestionar opiniones.

«Estas 'personas' generadas por computadoras ahogarán las discusiones humanas reales en internet. Son el futuro de la propaganda (€) No sabemos el efecto de ese ruido en la democracia, solo que será pernicioso y que resulta inevitable», pronostica Schneier.

Estamos ante formas persistentes, adaptativas, siempre dispuestas, lo que las dota de un enorme potencial para reventar el debate público. Los replicantes que opinan constituyen las fuerzas de las tinieblas de la posverdad, cuyo soporte principal son los artificios tecnológicos con capacidad para moldear la opinión pública.