Si el papa Francisco no tenía ya suficiente con los escándalos financieros y sexuales de su Iglesia, se le abre ahora un nuevo frente por la polémica en torno a la propuesta de un reciente sínodo de obispos latinoamericanos de permitir la ordenación de hombres casados para paliar la escasez de sacerdotes en la región amazónica.

La oposición a esa idea, sobre la que el papa actual no ha dicho todavía la última palabra, viene de uno de los cardenales más conservadores de la curia romana, el guineano Robert Sarah, autor de un nuevo libro que constituye un ataque en toda regla contra Francisco y en cuya portada aparece como co-autor su predecesor, el alemán Benedicto XVI.

Sarah es representante de una Iglesia que sigue viendo en la familia tradicional - un padre, una madre y los hijos que ambos procrean- la única aceptable a ojos de Dios, y que rechaza por tanto cualquier otro modelo como fruto de la degeneración de nuestra época.

Cuando anunció su dimisión como cabeza de la Iglesia universal, Benedicto XVI dijo que se retiraba del mundo, que viviría oculto a los hombres, pero preciso es reconocer que, bien sea motu proprio o empujado por otros, no ha sabido cumplir plenamente su promesa de entonces.

En varias ocasiones, el papa emérito, que no se ha alejado físicamente de Roma, como si quisiera seguir vigilando a su sucesor, no ha renunciado a vestir la sotana blanca propia del papado, ha concedido entrevistas o ha prologado algún libro.

Hace ya casi un año, el papa alemán atribuyó mucho de lo que sucede hoy en el mundo a la laxa moral sexual de los protagonistas de la revolución estudiantil de mayo del 68: de aquellos polvos proceden, según él, los actuales lodos.

El nuevo libro, publicado en el francés original con el título de 'Des profondeurs de nos coeurs' (Desde lo hondo de nuestros corazones) y del que el diario francés Le Figaro ha adelantado algunos extractos es al parecer producto de la mente del cardenal Sarah, como éste ha acabado reconociendo, aunque recoja alguna contribución de Ratzinger.

Un hombre, se argumenta en él, no puede servir al mismo tiempo a Dios y a una familia: ha de decidirse por una cosa o la otra sin que valgan excepciones como, para espanto de los tradicionalistas, se propuso en el sínodo brasileño en respuesta a las necesidades actuales.

En sus años de profesor de teología, Joseph Ratzinger, el futuro Benedicto XVI, habló de la posibilidad de ordenar a hombres casados y, convertido ya en papa, incluso admitió de hecho esa excepción para acoger en el seno de la Iglesia católica a exsacerdotes anglicanos.

Lo más sangrante del caso es que se rebelen ahora contra Francisco, sin esperar siquiera a que éste se pronuncie definitivamente, muchos que callaron durante años frente a los escándalos de pederastia en el seno de la Iglesia y que, acogiéndose al secreto de confesión, ampararon incluso a los responsables.

Sarah es uno de los cardenales que nombró en su día el papa Wojtyla, aquel amigo del Opus Dei y enemigo declarado de la teología de la liberación que, en su profundo anticomunismo, comprensible por su biografía, nunca entendió lo que sucedía en la Iglesia latinoamericana.

Y así le ha ido a ésta, cada vez más debilitada frente al empuje de los evangélicos y otras confesiones protestantes: huida de fieles que trataron de evitar obispos como el brasileño Helder Cámara y el Movimiento para Sacerdotes del Tercer Mundo, para quienes los cristianos no debían renunciar a la liberación económica, social y política.

Desde su elección como papa, el jesuita Jorge Mario Bergoglio no ha dejado de estar sometido a los ataques de los sectores más reaccionarios de la jerarquía católica, los que prefieren vivir en los palacios e inmiscuirse en cuestiones de moral individual en lugar de denunciar y combatir con hechos y no sólo palabras las injusticias que ven su alrededor.