Aunque ya apenas la transito, corre el tiempo y la carretera por la que más ha circulado mi vida sigue siendo la que sube desde mi pueblo, Cuevas del Becerro, hasta Ronda. No solo fue la primera que atravesé desde que me deslumbró el mundo. Siempre estuvo ahí como una ventana abierta a otras sensaciones. Como la senda que lo mismo te llevaba a la consulta de un médico, al instituto, a una tienda de discos, a un curso de verano, a la enésima feria o a un bar de copas. Crecí escuchando que por el cruce de La Cueva llegó la mano de Santa Teresa y que pasaron decenas de flamantes coches para el entierro del magnate de la Caja de Ahorros de Ronda, Juan de la Rosa. O, más recientemente, vi a Alberto Contador subiendo el puerto del Saltillo entre la hacinada multitud del pelotón de la Vuelta Ciclista a España 2014, que al final ganó él. Y, ahora mismo, hasta le cuentan a mi hija que mi adicción al chupete se acabó cuando lo lancé hacia el puente de La Ventilla desde la furgoneta de mi padre.

Pero, todo sea dicho, estos son solo recuerdos. Iconos personales y colectivos de un pasado que ha evolucionado hacia un presente que sería a todas luces esplendoroso si no lidiara con paradojas como la que traza esta maltrecha carretera. Esta vía herida de muerte, salpicada de parches crónicos que parecen cicatrices y ni siquiera presenta el aspecto decente que se espera de la ruta que conecta, a todas luces, la capital malagueña y la Ciudad del Tajo.

Hoy en día, que ya nadie se atreve con las sinuosas curvas costeras que vienen desde San Pedro Alcántara, cada vez tiene menos sentido que una autovía que se alargara desde Cártama hasta esta puerta de entrada serrana siga enquistada en la categoría de entelequia burocrático-política. Este baño de realidad me sobrevino esta misma semana, camino del nuevo hospital rondeño. Y, además, le terminó de dar la razón a un amigo con oficio sanitario que venía comentándome que, aunque en el Hospital de la Serranía lo trataron muy bien, se ve obligado a solicitar destinos como Antequera u Osuna porque no se fía del desafiante baño de traicionero asfalto que le aguarda desde Málaga.

Que esta zona goza de un encanto natural infinito -y, además, de una ubicación privilegiada entre las monumentales Ronda y Setenil de las Bodegas- se comprueba ante los desvíos que al pasar Cuevas del Becerro conducen a un novedoso club hípico, un pujante circuito automovilístico o explotaciones ganaderas. Por este camino también se llega al campo de tiro y maniobras militares de Las Navetas. Y, en las inmediaciones de la incombustible venta y camping de El Abogao, se siente cercana la finca de la familia Ordóñez en la que, hace más de 30 años, fueron depositadas las cenizas del disfrutón y apasionado cineasta Orson Welles. Allí, el espíritu del artífice de Ciudadano Kane simboliza una eterna inmortalidad dentro de un pozo. En este mundo, basta una placa para que lo que en teoría está muerto aflore como vivo. Por certezas como estas, duele aún más que una carretera que debería brillar por su vitalidad no parezca lo útil que realmente es bajo esa miopía política que se resiste a pensar que las gambas ya no son una prioridad.