En el año que dejamos atrás se cumplió un siglo desde la fundación en Milán por un grupo de veteranos de guerra de la primera Liga italiana de combate, que pronto tendría réplicas en todo el país y es considerada el núcleo originario de una fuerza política que se dio en llamar «fascismo». Nadie había anticipado su aparición, pero en el período de entreguerras se expandió rápidamente por Europa y durante unos años ejerció el poder de forma totalitaria en Italia, Alemania y Croacia. Tras su derrota en la segunda guerra mundial ha seguido una trayectoria oscura y azarosa, pero manteniendo intacto su carácter seductor e intrigante. Así se ha ganado un puesto en el olimpo de las formas políticas del siglo XX. La fascinación intelectual que provoca ha estimulado indagaciones que han descendido al nivel microscópico sobre su naturaleza y su historia, de manera que un número creciente de investigadores y publicaciones fijan la atención general en el fascismo como si de un tema de actualidad se tratara. Todos creemos saber lo que es el fascismo, pero si nos preguntan raramente somos capaces de decirlo con algún rigor. En el ámbito académico el término «fascista» carece de una definición consensuada y precisa, y en la esfera pública recibe un mal uso a consecuencia de prejuicios, tergiversaciones y confusiones más o menos interesadas. Roger Griffin es un historiador británico dedicado por entero al estudio del fascismo, que lleva tres décadas publicando cadenciosamente sus averiguaciones sobre este singular fenómeno político. Su propósito es desentrañar la esencia del fascismo. En su último libro se enfrenta a la cuestión del concepto. En él repasa las teorías marxistas, que han tendido a concebirlo como un agente de las elites capitalistas, y las liberales, elaboradas desde múltiples perspectivas, a su parecer insatisfactorias en una u otra medida. En su persecución del fascismo, se ha decantado por adherirse al que denomina enfoque empático, que parte de tomar en serio lo que los fascistas pensaban, y piensan, de sí mismos y sus ideas políticas, y que dio un fruto muy prometedor en las obras del historiador alemán George L. Mosse sobre la cultura, la mitología y la simbología nazi. En resumen, Griffin define el fascismo como una forma revolucionaria de ultranacionalismo, en abierta discrepancia con el marxismo. El movimiento fascista se activa a partir de la idea de un pueblo que se percibe en crisis y una vanguardia enérgica entregada a luchar con una determinación absoluta contra la desintegración que lo amenaza, con la mente puesta en su regeneración y en preservar su unidad conforme a un ideal de sociedad disciplinada y reunida en torno a unos valores, unos mitos, unas liturgias y unos fines. Griffin distingue el Fascismo italiano, con mayúscula, del fascismo genérico, del que se ocupa en el libro. Señala las peculiaridades observadas en el nazismo y otros fascismos, resume la historia posterior a 1945 de estos, recorre el planeta en busca de organizaciones afines y concluye subrayando las diferencias entre el fascismo y el populismo. Apartándose una vez más de los marxistas, sostiene que la propuesta política de la derecha radical está impulsada por la desconfianza hacia las elites, y es intransigente, pero no revolucionaria ni explícitamente antidemocrática. El libro de Griffin es un compendio de los conocimientos acumulados por un experto en la materia de prestigio internacional sobre el fascismo. De lectura fácil, su esfuerzo es valioso y, sobre todo útil. Quizá peque de optimista al afirmar que de haberse analizado el fascismo en los años treinta como se viene haciendo en las últimas décadas se habría evitado tanto sufrimiento, pero también reconoce que el tenebroso fascismo es todavía en parte un territorio por descubrir. Es posible que solo pueda verse con claridad el qué del fascismo cuando comprendamos íntegramente lo descomunal del por qué, que como ha admitido resignadamente el lingüista italiano Raffaele Simone pudiera estar escondido en el fondo de la naturaleza humana. Es muy recomendable acompañar a Griffin con la lectura de Los fascismos españoles, de Joan Maria Thomás. En la edición actualizada publicada recientemente, este historiador del fascismo español relaciona los primeros antecedentes con una respuesta al catalanismo, relata el intento fallido de la Falange de convertir el régimen franquista en un fascismo e introduce un amplio capítulo nuevo sobre Vox, al que aparta de la familia fascista, lo cual resulta paradójico, pues, entonces, cabe preguntarse si no debería haber excluido a este partido del libro. Acaso suceda que en realidad la línea que separa el populismo del fascismo no está trazada definitivamente, se mueve, y esto genera una expectación nerviosa.