El Neue Zürcher Zeitung (NZZ) es uno de los mejores diarios europeos. Lleva publicándose desde enero de 1780, cuando, como recordaba el otro día su director, las colonias británicas acababan de independizarse del Reino Unido y se vislumbraba ya la Revolución francesa.

El diario zuriqués, de tendencia liberal conservadora, trata siempre los temas con seriedad y profundidad, los documenta y contextualiza y, a diferencia de otros periódicos, prefiere siempre la reflexión a la rapidez, que para esto último están las agencias informativas y la radio.

Muchos de los temas que aborda, los trata in extenso, lo que requiere tiempo, algo de lo que no todo el mundo siempre dispone, pero al final el lector atento se verá recompensado porque entenderá mejor lo que sucede a su alrededor.

El otro día, el NZZ publicaba a cuatro columnas y en portada un artículo de su director, Eric Gujer, titulado «¿Se puede confiar en los medios?», en el que explicaba que en tiempos convulsos como los actuales, tiempos de inseguridad y confusión, es más necesaria que nunca la existencia de una prensa seria.

En el siglo XVIII, recordaba Gujer, la burguesía utilizó la imprenta no sólo para informarse, sino también para romper el monopolio informativo de la Corte o de la Iglesia. Hoy la prensa tiene que defenderse, por el contrario y sobre todo, de los bulos que circulan las redes sociales.

Cualquiera que tenga una cuenta en una red social, ya sea Facebook o Twitter, puede ser hoy su propio editor, es decir, publicar sus opiniones, con lo que el periodismo tradicional ha perdido el privilegio del que disfrutaban desde su aparición. Ya no es el único que filtra y decide qué noticias se publican.

Y, sin embargo, o tal vez por eso, sea más necesaria que nunca la existencia de un periodismo llamémosle «profesional», capaz de poner orden en ese caos entre informativo y manipulador que nos abruma y nos impide distinguir, no ya sólo la verdad de los bulos, sino, algo también muy importante, lo fundamental de lo accesorio.

Un periódico no es un simple producto sino que conlleva «una dosis de identidad, que va anidando en el cerebro y en el corazón del lector» y permite que éste se identifique con una determinada cabecera. No se trata de una mercancía cualquiera, sino que implica una relación al mismo tiempo intelectual y afectiva: una relación de confianza.

Puede tratarse de un periódico conservador, progresista o de centro, en papel o en versión electrónica, pero tiene que ser inconfundible y diferenciarse de otros por su visión de la sociedad y del mundo, por cómo, sin tergiversar las informaciones, las selecciona, ordena y contextualiza, orientando en todo momento al lector.

No tiene nada que ver este tipo de periodismo con el que vemos que se practica tantas veces, un periodismo que se hace eco, sin molestarse siquiera en filtrarlos, de rumores y falsedades, que editorializa desde la primera hasta la última página, incluso en los pies de foto.

En una sociedad cada vez más fragmentada, el buen periodismo es más importante que nunca. Son necesarios periódicos que no sean albañales por los que circulan las aguas fecales de cierta política, sino que nos permitan ver mejor en medio de la niebla, que ayuden a construir puentes y a hacer una ciudadanía cada vez más responsable. Nos va en ello la democracia.