Enero cuesta. Estamos en plena escalada hacia febrero. Tiesos, ateridos y aún con los kilos de más en la cintura. Uno creía que no, pero los mazapanes también acechan en enero. Bullen los gimnasios, se proclaman los buenos propósitos y los que se han quitado de fumar van aguantando hasta este fin de semana quizás, algo es algo. Ya no hay que felicitar el año nuevo. Almendros en flor.

Mañana es lunes y yo los lunes no estoy para nada, si acaso para encerrarme a leer «Agua de Vichy, vino de Málaga» de Simon Arbellot, editado por la Fundación Unicaja y traducido por los profesores Andrés Arenas y Enrique Girón, con prólogo de Cristóbal Villalobos. Arbellot fue cónsul en Málaga un par de años cuando la Segunda Guerra Mundial, representando a Francia, a una Francia, años cuarenta. Arbellot, culto periodista, bon vivant, gourmet, glosa los buenos vinos y los paisajes de La Caleta, los merenderos y playas y el bullicio de la calle Larios. Las sardinas y tertulias en la Casa de Guardia. También nos cuenta una visita de Franco, con misa en La Victoria. Habla poco de la represión que se vivía en la ciudad, ambientito tenebroso, paredones llenos, cárcel también. Pero presenta una Málaga viva y alegre, tal vez más alegre en los salones consulares, y en el Hotel Miramar, que sale mucho, que en las casas de la gente. Se enreda a veces en cuitas diplomáticas más plomizas, pero es de un gran valor su testimonio y el perfil de gentes de aquella Málaga, políticos, militares, periodistas, etc. Arbellot es dueño de ágil pluma. Volvería luego a Francia y moriría unos años después en suelo galo y proclamando siempre su amor a Málaga, que en el fondo eso es el libro, una admiración a la ciudad. Un testimonio que se suma a la de otros diplomáticos destinados en Málaga en los treinta y cuarenta, años de plomo y guerra, camisas pardas y totalitarismos. Y si esos son los planes para mañana lunes, para el martes uno se engolfaría con «Publicidad», de Eduard Bernays, escrito a finales de los años veinte y que uno ya debería haber leído. Me lo ha regalado un amigo periodista aficionado a estas cosas, al arte de subyugar a través de los medios. Bernays, con sus campañas, puso a las mujeres americanas a fumar y a medio mundo a tomar zumo de naranja por la mañana. Cosas de los excedentes. Y que Cherterfield le pagaba bien. También sale en Tiempos Recios, de Vargas Llosa, como muñidor de la gran fake news que hizo caer a un presidente en Guatemala. No alcanza la vista desde la atalaya del domingo para mucho más. Tal vez el miércoles uno pruebe con «Sánchez», en Alfaguara, de la malagueña Esther García Llovet. Pero no conviene hacer planes a tan largo plazo.