En dos semanas el gobierno ha intervenido las cuentas de la Junta de Andalucía, descabezado la Guardia Civil, permitido que Torra abra embajadas, asegurado que nuestros hijos no son nuestros, tirado por tierra la independencia de los fiscales, anunciado la creación de nuevos impuestos, ha fabricado ministerios de la nada y nombrado altos cargos (altas cargas) exclusivamente por razón de sexo, va a denunciar a Murcia mientras permite y alienta el adoctrinamiento en las aulas catalanas, ha menospreciado y ninguneado al poder judicial, y, por supuesto, ha puesto en funcionamiento un pionero sistema de recaudación que aventura ruina por doquier. Chiqui, tú sí que sabes.

Pues nada de eso me ha impresionado tanto como la postura de Pablo Iglesias posando frente a Moncloa con su flamante cartera de vicepresidente. ¿Lo vieron? Era un cowboy sin caballo, como Rivaldo antes de tirar una falta. Paso largo, piernas arqueadas, nalgas tensas y apretadas, mirada a lo James Dean. Luego leí que Beatriz Gimeno, nueva directora del Instituto de la Mujer por capricho de Irene Montero, aboga por la penetración anal de los hombres para lograr la igualdad. En ese justo momento todo cobró sentido y entendí esa posición de Iglesias. El obediente Pablo debe estar pasando las de Caín desde su domada heterosexualidad en la lucha por la simetría social, pensé yo. Imaginaba a Irene cada noche ahí dale que te pego, pim pam y pim pam, amaestrando a su macho alfa con fruición según las indicaciones de los talleres sexuales que se impartirán en las aulas por orden de Gimeno. Pablo, le susurraría Irene cariñosamente al oído en cada embestida, estate quieto, que es por tu bien, que una noche es una noche y una paliza un rato, que me dicen mis consejeras que esto es mano de santo para conseguir la paridad y acabar con el heteropatriarcado. Y Pablo, sumiso y entregado a la causa, derramaría orondos lagrimones como balones de Nivea si con ello contentaba a su pareja.

Pero luego caí en la cuenta de que esta pareja no es muy de predicar con el ejemplo, y el más machote de todo el neocomunismo no se dejará sodomizar en la intimidad. O sí. No sé. Una vez surgida la duda, deseché la idea y achaqué la desahogada postura ministerial a una mala noche. Que la tiene cualquiera. Porque alcanzar el poder tiene un precio. De hecho, veo la foto oficial del Consejo de Ministros y caigo en la cuenta de que Pedro Sánchez ha colocado a los podemitas donde quedan las patas de la enorme mesa ovalada, como al primo tonto que siempre le toca la pata en las comuniones y se pega toda la celebración incómodamente condenado a no alcanzar la mitad de las raciones. Todos ya con el postre y el primo sigue con sus aceitunas. Pues eso es Alberto Garzón.

Por su parte, José Luis Escrivá, el nuevo ministro de Seguridad Social y Migraciones (toda una declaración de intenciones esa nominación), ha propuesto que la jubilación se retrase tres años y que sean necesarios 35 años de trabajo para computar la prestación. Y así, con nuestra sangre, sudor y lágrimas, salvarán un sistema de pensiones que van a dilapidar pagando chiringuitos en los que colocar a tanto mamón y devolver el favor a sus socios de investidura.

Sea por doblar el espinazo hasta los 70 años o por empatar la desigualdad de derechos entre ambos sexos, una cosa está clara; y es que este gobierno nos quiere bien agachados en un mundo no tan distópico donde la vaselina será un producto de uso diario. Puede que Beatriz Gimeno sea una visionaria y tenga razón con eso de que penetrando analmente al personal en contra de su voluntad se consiga la igualdad. Por lo pronto, y a corto plazo, veo que nos van a ir dando a todos.