Sometida como está la política a los intereses del espectáculo, los asesores de imagen le dan cada vez más importancia a la puesta en escena de los nuevos gobiernos sea cual fuere su ámbito. Y en ese aspecto, la evolución protocolaria ha sido notable. Durante la larga dictadura de Franco los nombramientos de los nuevos gobiernos se hacían a capricho del sátrapa ferrolano y no había más que hablar. Eso sí, los ministros solían ser unos perfectos desconocidos para el gran público aunque todo el mundo tenía la certeza de que eran gente distinguida que pertenecía a lo que se llamaba las 'familias del régimen' (financieros, militares, eclesiásticos, terratenientes etc., etc.). Es decir, la gente que había apoyado la sublevación armada contra la República y luego la instauración de un Estado totalitario. Los ministros de esa clase de Gobierno recibían el nombramiento como un honor que no se podía rechazar, juraban el cargo de rodillas ante el jefe máximo, y pasado un tiempo eran cesados por el mismo que los había escogido que tenía el detalle de enviarle la carta de cese agradeciéndole los servicios prestados por un motorista del palacio de El Pardo. Luego, ya durante la Transición, hubo, con el Gobierno de Suárez, un periodo de tiempo en el que se mezclaron modos y maneras del antiguo régimen con innovaciones que en algunos casos resultaban escandalosas, como prometer en vez de jurar y ya no digamos retirar el crucifijo del ceremonial. La llegada al ejecutivo del PSOE tras la abrumadora victoria electoral de octubre de 1982 trajo un cambio de estilo de la mano de Pilar Miró. La conocida directora de cine preparó un reportaje sobre la biografía de los nuevos ministros a los que presentó como expertos (o buenos conocedores) en la materia que les había sido encomendada. Enrique Barón, que recibía la cartera de Transportes, Turismo y Comunicaciones, fue filmado mientras paseaba por el andén de una estación del ferrocarril. De Carlos Romero, que se hacía cargo de Agricultura, se resaltó su condición de ingeniero agrónomo, al tiempo que era sorprendido, ¡oh, casualidad!, durante una visita a un mercado de la fruta. Y así sucesivamente. Pasados trece años, llega a la Moncloa José María Aznar con su bigote chaplinesco, su dominio del catalán en la intimidad, y su exclusivo asesor en comunicación, el inefable Miguel Ángel Rodríguez, que presumía de haber sido un radical de izquierdas en el inicio de su carrera política. La toma de la Moncloa por Aznar con Miguel Ángel Rodríguez entrando y saliendo por las puertas que dan al jardín, o asomándose alegremente a las ventanas como hacen los niños cuando papá los lleva a ver el chalé a donde se van a mudar, es una de las imágenes más representativas del 'aznarato'. Como seguramente lo serán, pasado un tiempo, las del primer Gobierno de Pedro Sánchez. ¿Qué quisieron transmitir a la audiencia pasándonos la película de los nuevos ministros llegando de uno en uno por los jardines de la Moncloa, a pie y con una cartera en la mano como los escolares antiguos? ¿Y qué valor simbólico tendremos que dar a la exhibición de esas carteras ante los fotógrafos? Las mostraban en lo alto como hacían los guerreros antiguos con la cabeza de sus enemigos derrotados.