Siempre me ha intrigado el concepto de propiedad, ese algo tan intrínsecamente humano que nos lleva a considerar que algo nos pertenece. Si no la primera (que quizás nunca nadie sepa a ciencia cierta cuál fue), una de las primeras palabras que aprende a decir un ser humano (y que luego nunca se cansará de repetir) es 'mío'. Parece que la idea de posesión nos brotase espontáneamente, y acaso sea porque venga instalada ya de origen, sin necesidad de que la adquiramos. Basta observar a un crío para darnos cuenta de con qué naturalidad se hace poseedor de cuanto le rodea y cómo lo defiende ante los demás. El mundo es inequívocamente nuestro desde siempre, para siempre.

O no, que diría mi querido hermano Rafa. Manuel Machado, en «Yo, poeta decadente», escribe: «una cosa es la poesía/ y otra cosa lo que está/ grabado en el alma mía./ Grabado, lugar común,/ alma, palabra gastada./ Mía€ No sabemos nada,/ todo es conforme y según». El no más malo de los hermanos Machado nos hace ver certeramente que no sabemos nada sobre si realmente es o no es nuestro lo que con tanta ligereza consideramos que nos pertenece.

Siendo un niño se lo escuché cantar por soleá a José Menese: «Tengo las manos vacías/ de tanto dar sin tener,/ pero las manos son mías». Alguna vez la he cantado yo también y mil veces la he recitado, balanceándome entre la arrogancia y la humildad. Y alguna vez también, a solas, cayendo de ese lado de la duda que siempre me pesa tanto, me he preguntado si son realmente mías estas manos que a veces hacen lo que quiero y otras lo que no quisiera, estas manos que, a veces propias y otras extrañas, parecen empeñadas en cumplir con el mandato del «todo es conforme y según».

Porque a mí a veces, quizás en días como hoy, en que todo es gris oscuro y mi ciudad se ha colapsado por el granizo y la lluvia toca en el tejado el tambor de su batalla, me da por preguntarme si algo tengo mío, si son mías estas manos, y mía también esta mirada errante que va donde ella quiere, y esta memoria desobediente que nunca olvida lo que preciso olvidar, y si son de verdad mías las pocas cosas que creo saber, e incluso si será mía mi vida, siempre al riesgo del azar, como todas las vidas.

Y llegados hasta aquí, sé que tengo una hija pero también sé que no es mía porque no es ni suya siquiera. Y que nada nos pertenece. Y que todo lo que no es dado es perdido.