Una inaudita e indomable plaga de langostas devasta toda África Oriental condenando al hambre extrema a una población siempre por saciar. Turquía tiembla al son de un seísmo implacable como el Atila del sismógrafo. China juega a la ruleta rusa con un nuevo rotavirus asesino y cada país apuesta cuándo le tocará. Australia arde por los cuatros costados y su aire huele a koala abrasado. El cielo se desploma sobre Andalucía y arrasa el levante español reconquistando las otrora lindes del Mediterráneo. Pero lo importante, lo que peta, es comentar La isla de las tentaciones (Estefaniaaaaaaaaa). Ese es el razonamiento del ministro Ábalos. Ya saben, ese chulo de barra, de los de palillo en la boca y voz aguardentosa con ademanes de matón de clase. ¿Venezuela? ¿Qué Venezuela? Cómo se le ocurre a los pérfidos periodistas preguntarle por un encuentro secreto en la zona internacional del aeropuerto con la mamporrera del sátrapa Maduro. Y es que estas, y no otras, son las formas del neosocialismo obrero español, últimamente también conocido como matonismo comunista.

Siguiendo el hilo de esta columna me pregunto por los Goya. Málaga se vistió de gala, para la gala, y acogió a la farándula patria como no se merece: inmejorablemente. El evento se celebró en el palacio de deportes José María Martín Carpena, bautizado así en honor del político del PP asesinado por ETA el 15 de julio del año 2000. Eché en falta que el mundo del cine, tan reivindicativo y luchador, hiciese mención a su recuerdo, pero me quedé esperando. Iluso de mí. Imagino que tener en el aforo a Pedro Sánchez, merecidamente abucheado a su llegada, alzado al poder por los proetarras de Bildu, y traerle el tema a colación pondría en riesgo el tipo de financiación que mendigó Eduardo Casanova, aquel niño repelente de la serie Aida que ha evolucionado, por obra y gracia de la élite progre, a niño repelente de cualquier cosa que toque. Al presidente del gobierno le pediría más dinero público para hacer nuestras películas, pordioseó lastimosamente en la alfombra roja el amago de director. Quién dijo miedo. Quién dijo vergüenza.

En los Goya, producidos por Mediapro y El Terrat (ellos se lo guisan, ellos se lo comen) tampoco hicieron la más mínima autocrítica al nefasto negocio que supone el cine español. Dinero dilapidado a espuertas en cintas revisionistas del guerracivilismo, seudobiografías almodovarianas, y demás historietas que el gran público hace tiempo decidió, con razón, no pagar por ver. La cara del inconmensurable Antonio Banderas intentando descifrar la farragosa entradilla de Juan Diego da para una columna por sí sola.

Mención merece, cómo no, la entrevista que hace El Mundo a Albert Serra, Eloy Enciso y Víctor Moreno. Tres brillantes cineastas injustamente ninguneados que definen a la cansina troupe del cacareado y autodenominado cine español como mediocre, sectario, invisibilizante, arcaico, irrelevante y localista. Y es que el cine de este país es mucho más que las caras de siempre, los subvencionados de siempre, los guiones de siempre y los directores de siempre. Pero esa gran parte no tiene voz, no tiene voto, no tiene oportunidad intramuros.

Me vuelve Ábalos a la cabeza. He venido para quedarme y nadie va a echarme, afirmó cabreado el ministro tras haber sido cazado con la mandataria bolivariana. Mientras tanto, Sánchez pisaba la alfombra roja sin dejar mácula en ella. Es lo que tiene usar los mismos zapatos con los que no visitó Campanillas ni el resto de zonas afectadas por el granizo. Por su parte, y en contraposición a estos dos bultos sospechosos, Pepa Flores cumplió estrictamente su compromiso consigo misma, siendo fiel a la promesa de dar la espalda por siempre al boato efímero, demostrando que la dignidad, el amor propio, y la paz con uno mismo, hacen más ruido que un tonto babeando sobre una moqueta. Por muy roja que sea la moqueta. Por muy progre que sea el tonto.