Cuando abandonan la Casa Blanca, los presidentes de EEUU procuran no meterse en la política de sus sucesores y con ello los ciudadanos tienden a olvidar sus defectos y equivocaciones hasta valorarlos a veces más que cuando ocupaban el poder.

Algunos, como el demócrata Jimmy Carter, se dedicaron a labores de mediación y prevención de conflictos o a causas benéficas - por ejemplo, la construcción de viviendas para pobres- haciendo al menos un favor a la humanidad.

Incluso cuando afea su gestión o los insulta un presidente tan despótico como el actual ocupante de la Casa Blanca, el insufrible Donald Trump, quienes le precedieron en el Gobierno, ya sean republicano o demócratas, prefieren no darse por ofendidos.

¡Qué bien estaría en cualquier caso que nuestros ex presidentes siguieran su ejemplo en lugar de dedicarse a enredar en política, dificultando la ya de por sí difícil tarea de quienes les suceden, sean o no del mismo partido!

Esto vale tanto para el engolado ex líder de la derecha José María Aznar, que pretende seguir dándonos a todos lecciones de política nacional e internacional como para el socialdemócrata Felipe González, que, como aquél, estaría muchas veces mejor callado.

Sobre todo en el caso de Venezuela: el ex líder del PSOE tuvo allí como padrino político y amigo a uno de los políticos más corruptos del país petrolero, el ex vicepresidente de la Internacional Socialista Carlos Andrés Pérez, sin cuya desastrosa gestión neoliberal de la economía no se explica la llegada allí del hoy tan denostado chavismo.

González hizo en su día grandes favores a empresarios amigos venezolanos, entre ellos a Gabriel Cisneros, y , desde su salida del palacio de la Moncloa, ha hecho importantes gestiones de intermediación y negocios no sólo con ese país, sino con otros latinoamericanos.

Ahora González no ha visto cosa mejor que intervenir en la polémica en torno a la llegada a Barajas de un avión en el que viajaba la vicepresidenta venezolana, Delcy Rodríguez, para lanzar una pulla contra el actual gobierno de su correligionario, aunque no amigo Pedro Sánchez.

Como otros dirigentes venezolanos, la vicepresidenta de ese país tiene prohibida la entrada en el espacio Schengen como parte de las sanciones de Bruselas contra el gobierno de Nicolás Maduro, lo que no impidió que el ministro español de Transportes, José Luis Ábalos, acudiera al aeropuerto a saludarla y recordarle tal prohibición, al menos según sus chapuceras explicaciones, no exentas por cierto de chulería.

El ex presidente González, que no pierde ninguna ocasión de cargar contra el Gobierno chavista, volvió a calificar a la actual Venezuela de "dictadura tiránica" y "Estado fallido" y, en total sintonía con Washington, llamó al autoproclamado presidente encargado Juan Guaidó "único representante legitimado democráticamente (€) frente al poder ficticio que representa la tiranía de (Nicolás) Maduro".

Y ello, pese a que, como nos recordó el también ex presidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero, que ha tratado hasta ahora sin éxito de mediar en el grave conflicto venezolano, el que está representado en la ONU y tiene por tanto la legitimidad internacional, nos guste o no - y a muchos, preciso es reconocerlo, no nos gusta- es el Gobierno de Nicolás Maduro.

Por cierto que mientras Donald Trump amenazaba con sanciones a las empresas de cualquier país que osaran violar las sanciones contra Maduro, hacía una excepción con las estadounidenses como Chevron, Halliburton y otras con el hipócrita argumento de que se trata de evitar el colapso total del sector petrolero venezolano una vez que se consiga echar a aquél del poder para instalar en su lugar a Guaidó.