Raphaël Esrail, superviviente de Auschwitz, ha alertado estos días sobre la necesidad de defender la democracia de sus enemigos. ¿Quiénes son los nuevos enemigos de la democracia? Pues, los de siempre y algunos más, nacionalistas y populistas, que vienen a ser lo mismo. Los que rechazan la igualdad de las personas y ven en el otro la amenaza. En una tragedia las formas ya no serán las mismas, no hará falta extender el uso de la fuerza para reprimir la libertad y acabar con los derechos humanos. Bastará con hacerlo de manera localizada, ejercitando el abuso de un poder sobre los otros para ir imponiéndose de manera autoritaria, poco a poco, hasta minar la resistencia de las sociedades sin que se enteren del todo de sus renuncias. Hay muchos caminos para inculcar la tiranía: directamente por la fuerza, como en el caso de la Venezuela de Maduro; o dando un rodeo como está sucediendo en muchos países de Europa.

Una forma de asumirla en España es aceptar el supremacismo de algunos dirigentes nacionalistas catalanes y vascos tratando de encubrir sus verdaderos propósitos mediante la excusa de un diálogo estéril para los intereses comunes y con fines exclusivamente sectarios. El nazismo que privó de libertad a Esrail y trajo el exterminio de judíos, gitanos, homosexuales y resistentes de la libertad, creció en un Estado desarrollado como Alemania. Quizás por ese motivo -nada excesivamente peligroso puede venir de una sociedad culta y educada- no se tuvo demasiado en cuenta la amenaza de Hitler hasta que el continente empezó a caer bajo su dominio. Antes, como ahora, abundaban los políticos partidarios del apaciguamiento y de las concesiones. Hoy, la distancia impide ver que una tragedia se puede escribir de modo distinto. Leo las palabras de la francesa Charlotte Delbo, que también sobrevivió a Auschwitz: "Lejos, más allá de las alambradas, canta la primavera. Sus ojos se han vaciado. Y nosotros hemos perdido la memoria”.