Qué mecanismo tan cautivador el de los sueños, esos cachitos de vida paralela que huella más la tierra de la emoción que todas las pisadas de los disciplinados ejércitos de la razón que pretenden evitarla. Los sueños, más allá de solo justificar la homeostasis, nos acarician o golpean, nos abroncan o aplauden, nos empujan o nos encadenan, cada vez. En el proceso de la realidad irreal -y viceversa-, los sueños nos liberan o nos condenan mudándonos de toga en toga de las de nuestro fiscal, nuestro defensor o nuestro magistrado internos, a la velocidad de la luz, como adiestradas marionetas de un afinado coro sistémico del que los sapiens sabemos un pelín menos de casi nada, por ahora.

Unamuno contaba entre su niebla que algo de nosotros muere con la muerte del que nos sueña. Kant, que cabriolaba sobre las nubes de la crítica de la razón pura, propalaba que los sueños son el arte involuntario de la poesía. Borges afinaba el violín de su emocionada pluma verseando que soñar es la función más antigua de la estética. Nietzsche, cuando asomaba de su oscuridad, pregonaba que nada más individualmente nuestro, en propiedad, que los sueños. Baudelaire, que nunca pintó, que yo sepa, cada vez pintó su sueño después de haber soñado su pintura. Mientras duran, y algunos duran hasta la eternidad, quizá, nada más fiel a la realidad que los sueños.

Mientras duró, dos noches he soñado intrascendentemente con Fitur, esa cita erróneamente nimbada, imprescindible para unos; ese viaje anual de fin de curso, para otros; esa mayúscula feria mayúscula de las mayúsculas vanidades, para todos...

Y en mis sueños, como en mi vigilia, veía cómo la organización de la Fitur mejora el arte de mantener a sus clientes cautivos de sus propias vanidades. Chapó por IFEMA que con Fitur, hace cuarenta años ya, inventó su agua de mayo para la estacionalidad de su negocio feriante y, de paso, el de la oferta hotelera y hostelera de la comunidad madrileña. Dos pájaros de un tiro.

Que Fitur tenga lugar en enero no es casualidad. Ni destino. Sino causalidad dimanante de la voluntad de los responsables de su organización para mejorar la gestión de su negocio. Por cierto, para el turismo, en general, no para el particular de la Villa y Corte, ¿es la segunda mitad de enero la fecha idónea para una feria turística? Ay... Permítaseme este suspiro como expresión de mi cartesianismo metódico de la duda en carne viva.

Valetudinaria es ya la tendencia de nuestros ínclitos próceres políticos de lucir palmito en Madrid durante, la celebración de Fitur. La mayor feria turística de España, ya desde sus inicios, supo recibir con los brazos abiertos a todos los representantes institucionales de todos los credos, escépticos incluidos. Fitur es la plaza del mercado en el que se verifica la esencia del denominado bartering, o lo que es lo mismo, de nuestro castizo trueque de toda la vida.

Si lo hubiere más allá del mundo subliminal, el eslogan por parte de la organización fiturista podría ser algo así como 'cumple con mis expectativas presupuestarias y yo cumpliré con tus necesidades de pasarela y con tu efímera visibilidad y con tu yo y con tu ego y con tu superyó'. O sea, Fitur, para algunas almas es una irrefrenable tentación patológica. Por un lado, para las maltrechas autoestimas profesionales de los animales turísticos en enero. Y por otro lado, para las sempiternas ansias del tiro de cámara de los animales políticos agregados a la actividad turística como proscenio de todos sus bienes y parabienes de lo porvenir, sobre todo de lo porvenir ajeno al turismo.

Excepto por la excepción que generalmente viene a confirmar la regla, la inversión pública en Fitur, ente por ente, no justifica ni el fin ni los medios si comparamos su rentabilidad con la de las acciones directas individualizadas gestadas en función de la oportunidad de mercado.

Sobrado de sutileza, decía Benedetti que «en ciertos oasis el desierto es solo un espejismo». Y estoy convencido de que si se hubiera referido a Fitur habría añadido «y viceversa», para dotar de ascuas al valor de la ilusión óptica fituriana cuando contrastamos las inversiones en promociones directas diseñadas exprofeso por mercados y/o segmentos con las inversiones en las cegadoras luces de los flashes y los focos con intenciones políticas.

Voila, sueño y realidad, sin más...