Ya está aquí otra vez febrero con su intensa apología de los días contados. Con sus ganas de librar el segundo asalto adquirido en el combate cíclico de los almanaques. Con esta versión ampliada que desplegará, en su horizonte más inmediato, un suspiro bisiesto con fiebre de sábado.

Febrero no descansa en su trajín presuntamente acortado mientras la vida le canta a los almendros en flor y las calles le roban una felicidad de coplas al Carnaval.

Febrero se acicala con máscaras disfrutonas, respira hondo y -con el ruido justo y necesario- celebra a su manera la liturgia apócrifa por la que cabalga el nuevo año.

Febrero se adelanta en femenino a la noche de San Juan y se da un baño de bienvenida con un salto que no pierde el equilibrio sobre la llama que brota del olivo. Sobre el océano inesperado que dibuja en el aire el fuego aclamado por las hogueras noctámbulas de la Candelaria.

Febrero le sirve un vaso de calor al frío, tensa el arco de Cupido y emborracha con vinos y rosas a los corazones y las resacas que alimenta el mismísimo San Valentín.

En febrero, la infancia corretea sin pereza por la alargada senda que huye de las sirenas y los recreos siguiendo el balsámico salvoconducto que extiende la Semana Blanca.

En el epílogo de febrero, Andalucía entona la libertad que esculpe un mapa blanco y verde sobre los confines alegres y sorprendentes del sur.

En este primer tramo de febrero, Málaga se recuerda en la crueldad de La desbandá y expulsa al olvido de un maratón contra la barbarie que anhela la silueta de Almería.

Febrero, cima humilde. Trance sincero. Meta hacia la que, por fin, ha trepado la cuesta de enero.