Que levante la mano quien recuerde una sola vez, una, en la que Álex González - el de Un paso adelante, Los Serrano, Motivos personales, o El Príncipe- haya salido en una serie sin que a las pocas escenas no se haya descamisado para enseñar lo que hay que enseñar o, mejor, lo que se puede enseñar. Él, a golpe de botón, se quita la camisa y se queda en cueros de mitad para arriba. Es una ley que, sobre todo desde que está en líos con Mediaset, es decir, con Paolo Vasile, se cumple a rajatabla. Ocurría en la aclamada El Príncipe, donde era el poli Javier Morey. Y ocurre ahora en Vivir sin permiso, que estrenó hace unas semanas su segunda temporada en Telecinco. Tengo entendido que la producción de El Príncipe echó a andar cuando el propio Vasile, revisando los guiones, apuntó, es decir, obligó a meter carnaza en las escenas, y hacerlo cada diez o quince minutos, pero así, con el reloj en la mano, viniera o no a cuento, que nunca venía, pero a quién le importa si como recompensa la pantalla se llenaba con el torso del actor, con su barriguita de mármol, con su cinturilla esculpida. Que llegaba a casa, zas, camisa fuera. Que se acostaba con una chica, zas, planos y planos, mogollón de planos, de sus brazos perlados por el sudor, de sus tetillas, de su ombligo jadeante. De verdad, sin fallo, una cosa matemática. Vean ahora Vivir sin permiso, la serie del capo Nemo, que interpreta, como en El Príncipe, José Coronado. Tampoco falla. Es la ley Vasile. Es la ley de las mamachicho prehistóricas. Sea lo que sea. ¿O es que no recuerdan la imagen de Paula Vázquez presentando Supervivientes con sus biquinis floridos y cascabeleros? Después de ella, todas en biquini, desde Eva González o Lara Álvarez a Raquel Sánchez Silva. Eso sí, el año que, nunca sabré por qué, presentó el programa de los que defecan detrás de los cocoteros Mario Picazo, el tío salió embutido en camisas como de fuerza, y eso que el ex presentador del tiempo en Telecinco, cuando dejó la cadena y se fue a correr mundo con Climas extremos -que estrenó La 2 en 2012 y de vez en cuando vuelve a emitir- se despelotó, pero se despelotó nivel total, tapándose el pajarito con las manos, para ducharse en una cabaña de madera en Oymyakon, el pueblo de Siberia más frío del mundo, se decía en la entrega.

Cristo gay

No es malo ni bueno ni humillante ni honroso salir en bolas, lo es cuando se hace como cebo, cuando esa carne se enseña como reclamo, pero tampoco hay que ponerse locos ni ponerse tiquismiquis. De un buen jamón disfruta la mayoría. Además, chitón, lo manda el guion, punto pelota. Algo así debieron de pensar mientras trabajaba el equipo de La primera tentación de Cristo, una locura brasileña de Netflix en la que Jesús es homo y después de andar por el desierto y sus privaciones vuelve a casa, donde lo espera María, su madre, José, su padre, y el mismísimo Dios, su verdadero padre, con un maromo, con su novio, una especie de Priscilla, auténtica reina del desierto, aunque sin tanto tacón. El delirio es tan monumental que en una secuencia llevan José, María, y «el tío Vitorio» a Jesús a una habitación «porque tenemos que decirte algo muy importante», Vale, no soy tu tío Vitorio, soy Dios, le suelta Dios a Jesús. Eres un padre ausente, dice rabioso José, que quería decírselo él de forma más suave. No es verdad, soy un padre omnipresente que hasta ve cuándo te la cascas. Ay, por dios, eres muy vulgar, le dice María a Dios, que tiene pinta de estibador con aires de hipster. Las escenas en que el novio de Jesús resulta ser Lucifer con poderes malignos, si eso, véanlas ustedes si quieren. Los actores son Gregorio Duvivier como Jesús, Fabio Porchat como Orlando, o Lucifer, el novio, Antonio Tabet, como Dios, y así hasta el director, Rodrigo Van Der Put. Asociaciones cristianas brasileñas, tan sensibles que se han vuelto locas poniendo denuncias por hacer bromitas con la fe ajena, deberían de haber corrido a las asociaciones de cine, a las academias y por ahí para denunciar la estupidez de la sátira religiosa, un ejercicio de fin curso de niños bien de colegio de pago. Lo mandará el guion, pero La primera tentación de Cristo no es siquiera una afrenta religiosa, es una gilipollez gamberra.

Pin anti Segura

Una que no necesita guionistas porque su cerebro es su propio guion es Mariló Montero, que ahora ha puesto su quiosco en Canal Sur, y lo ha hecho con sus cinco punto ces, es decir, con 5.C El debate, así de lío mental lleva la señora. ¿Y qué narices, cáspita, coño, pimiento, qué quiere decir eso de las cinco ces? Ay, ignorante audiencia andaluza. Sólo una cabeza como la de esta eminente pensadora es capaz de caer en esas cosas. Ahí va. En apenas cinco conceptos resume la navarrica lo que ha de ser una buena tertulia, lo que ha de ser el periodismo de calidad -por cierto, hablando de periodismo de calidad y tal y tal, ¿sabe alguien si su ex maromo Carlos Herrera se ha marchado ya a Somalia tras pedir asilo como prometió si llegaban al Gobierno PSOE y Unidas Podemos?-. A las cinco ces, que me pierdo. La praxis periodística ha de regirse por conocer, corregir, contar, comprender y contrastar. Las cinco ces. Emocionante. Seguro que lo hace bien, pero no me tienta. Se llama prejuicios. Mis guionistas me colocan el pin Mariló y yo, como un corderillo, no la veo, aunque se me cuela en un vídeo de su paso por Todo es mentira donde monta la olla frente a Risto Mejide, que le afea que criticara que Pablo Iglesias, su obsesión, y Alberto Garzón, llevaran un pin antifascista el día que tomaron posesión como miembros del Gobierno. ¿No está bien que sean antifascistas?, preguntó Risto. Al día siguiente, parte del equipo apareció con su pin antifascista. Y una última cosita a los/las guionistas de los Premios Forqué. Sus colegas obligan a Álex González a enseñar carne, vale. ¿Era necesario contar para la gala con el maleducado y sin gracia Santiago Segura? Como Mariló, sólo tiene que enseñar su cerebro. Y sin guionistas. Servidor, ante ellos, siguiendo con la moda del pin que censura y veta, siempre lo lleva.