Boris Johnson ganó las últimas elecciones en el Reino Unido subido a una ola de patriotismo más propiamente inglés que británico aunque el líder tory nació en Nueva York y retuvo la nacionalidad estadounidense hasta 2016, cuando se hartó de tener que pagar al fisco de ese país y renunció al pasaporte norteamericano.

Como es sabido, el Internal Revenue Service (Hacienda estadounidense) exige a todos los ciudadanos de ese país, aunque vivan en el extranjero, pagar allí impuestos por sus ingresos universales, algo que Johnson tuvo que seguir haciendo a regañadientes aunque con sólo cinco años dejó para siempre Norteamérica.

«Recuperar el control» y «cumplir con el Brexit» fueron los patrióticos eslóganes con los que el político conservador británico, de ascendencia turca y rusa, consiguió arrebatar a los laboristas feudos que habían sido durante décadas de la izquierda.

Su obstinada decisión de sacar al país de la Unión Europea le obligará a firmar ahora tratados de comercio que puedan sustituir ventajosamente, según espera, a los que tenía ya el Reino Unido con el resto del mundo como miembro del club europeo.

Y si finalmente no consigue negociar uno nuevo con Bruselas, como se ha comprometido a hacer, antes de que acabe el año, no dudará Johnson un momento en echar otra vez la culpa a los odiados burócratas del continente.

Según los expertos, la salida británica de la UE tendrá un impacto negativo sobre su economía de entre un uno y un tres por ciento, pero ¿qué importa eso cuando lo único que cuenta es haber «recuperado el control?»

Cuando las cuentas no salen, y es muy difícil que salgan, basta echar mano del patriotismo, ese patriotismo del «sangre, sudor y lágrimas» tan churchilliano. ¿No utilizan, por cierto, parecidos argumentos los independentistas catalanes?

Boris Johnson -BoJo, como se conoce popularmente al líder tory- hablará una vez más del excepcionalismo del Reino Unido, que subo resistir heroicamente a la Alemania de Adolf Hitler y con el que tampoco podrá la nueva Alemania, que trata de dominar a Europa ya no militarmente sino económicamente.

La patriótica idea del excepcionalismo británico al que recurren BoJo no es desgraciadamente, sin embargo, privativo de los tories, sino que en cierto modo lo comparten también muchos laboristas, entre ellos el derrotado y todavía líder laborista Jeremy Corbyn.

Es lo que explica la ambigüedad de éste en relación con la UE y su falta de entusiasmo por el Brexit: para la izquierda británica, la Unión Europea es un club con fuertes deficiencias democráticas que sirve sobre al mundo financiero y a las multinacionales y que dejó abandonado al pueblo griego para rescatar a los bancos alemanes y franceses.

Para explicar el descalabro del Partido Laborista, añádase a esa ambigüedad, cuando no abierta hostilidad a Bruselas, el descarado apoyo de la prensa británica, mayormente conservadora, al partido tory, el desigual tratamiento dispensado a Johnson y a Corbyn, acusado una y otra vez de «radical», complaciente con el antisemitismo, pacifista y antipatriota.

A ojos de muchos laboristas de la clase trabajadora, Corbyn no ha demostrado ser un auténtico patriota: no unió su voz al canto del himno nacional, no inclinó la cabeza ante la Reina en la apertura del Parlamento ni llevó en la solapa una amapola roja suficientemente grande el llamado Remembrance Day, día en el que los países de la Commonwealth conmemoran los sacrificios de sus militares y civiles en las dos guerras mundiales y otros conflictos armados.

¿No llegó a insinuar incluso en cierta ocasión que había que llevar a su detestado correligionario y ex primer ministro británico Tony Blair ante la Corte Internacional de Justicia por haber llevado a cabo junto a los EEUU de George W. Bush «una agresión militar» ilegal contra Irak? Esto es algo que nunca le ha perdonado el viejo «establishment» laborista.

La diputada Rebecca Long-Baley, que figura entre los candidatos con más posibilidades de suceder al derrotado Corbyn, habla ya de la necesidad de que los laboristas se comprometan con un «nuevo patriotismo», aunque lo califique de «progresista» y lo vincule a la «solidaridad» social. Como escribió en el diario The Guardian, «Gran Bretaña tiene una larga historia de patriotismo arraigada en la vida de los trabajadores, basada en la unidad y el orgullo en los intereses compartidos».

El problema, como dice el británico Kenneth Surin, profesor emérito de la Duke University, en un artículo publicado en la revista Counterpunch es como establecer una separación entre patriotismo y excepcionalismo, cómo pasar de un patriotismo fundado en «fantasías etnonacionalistas» a lo que algunos llaman un patriotismo «cívico».