Lo más probable es que cuando esté leyendo este artículo lo haga disfrutando de un café o un buen zumo de naranja, acompañado de una rebanada de pan bien regada en aceite de oliva u otro trozo representado en uno de sus múltiples variantes como el pitufo, mollete, etc. Valorando la calidad de los manjares a cada sorbo, trago o bocado, sin calcular la procedencia y el coste de los productos hasta llegar a la barra del bar o a la mesa de la terraza donde a buen seguro estará disfrutando. Y es que, más allá del agricultor analista que empezamos a inocular todos los españoles de bien debido al chorreo de información que nos llega a diario sobre la problemática del campo, empezamos a doctorarnos en el problema agrícola dentro de la vertiente del coste económico de los alimentos básicos de los que disfrutamos a diario porque tiene una importante repercusión en nuestros bolsillos. Pero el coste no es real si seguimos sin sumarle esa parte emocional directa que le ponen los trabajadores del campo para que nuestra dieta sea una realidad, la mejor dieta del mundo como bien refleja, en todos sus informes y estudios, Miguel Ángel Martínez-González, reputado doctor en medicina, epidemiólogo, catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública en la Universidad de Navarra, investigador en nutrición y catedrático visitante de Nutrición en la Universidad de Harvard. Y es que no es difícil ponerse en situación e imaginar las manos del agricultor que varea con mimo un olivo o tira de los fardos o manipula el macaco para llevar la producción del día hasta el remolque que la transportará hasta la almazara. O del que recolecta las naranjas con tiento para que lleguen a su mesa con el punto de gusto que a usted le gusta. Lo mismo ocurre con el ganadero que trata al ganado o quien siega para que el pan sea el nuestro de cada día. Manos que siempre serán necesarias aunque se estén incorporando de lleno los avances técnicos y tecnológicos que las simulan pero nunca llegaran a sustituirlas, porque son las que se reflejan en el rostro curtido de quien trabaja las tierras a modo de currículum y experiencia según sea el veteado de la piel, sus arrugas y la marca de los avatares del tiempo tatuado en la mirada de quien trata todos los días con la madre tierra. Imposible calcular este coste moral o sentimental, ni el mismo marxismo sería capaz de calibrar la enajenación del trabajo de estos trabajadores. Y no contento con el desnivel de la balanza ahorcada por la oferta y la demanda sin llegar a ponderar la parte más humana, aún no se ha tratado con consideración que hoy el campo es posiblemente uno de los sectores profesionales más formados, de todos los profesionales, debido a la vuelta del estudiante que huía del oficio tradicional heredado por sus padres y abuelos y al que no le ha quedado más remedio que volver a sus orígenes porque las oportunidades que le daban la formación universitaria se han quedado en un comprobando que la auténtica oportunidad se la ofrece la industria agrícola-ganadera de la que siempre ha sido parte y ahora la trabajan con el mismo compromiso de quienes le sucedieron. Hijos pródigos de las tierras que han sumado a la sabiduría de sus padres y abuelos sus nuevos conocimientos y perspectivas de una realidad que se ha resignado a la poca evolución del sector. Por fortuna nuestro campo español está regado de igualdad social, cada vez más alejado del señorito y el manijero, con trabajadores más formados, necesario para la evolución de este ámbito laboral. Trabajadores que la sociedad debe considerar unidad de valor, no sólo para que no nos falte el zumo, el pan o el aceite en nuestra mesa, sino como vacuna de la epidemia de los pueblos pequeños y de interior, la despoblación. O la mejora de productos más saludables ante el aumento del consumidor que necesita saber qué come y cómo hacerlo. O como primer eslabón de la sostenibilidad medioambiental y la lucha contra el cambio climático. Para todo esto se hace imprescindible la vuelta a la denominación de origen para poner en valor nuestro campo y recupere el coste real de lo que supone estar al frente de él, lo que genera y nos aporta. Todos con el campo.