Me alegré de no haberme perdido el primero de febrero las noticias matinales de la BBC. Como es costumbre en la augusta casa, fueron concisos (10 minutos) y prudentes con las especulaciones. Y como siempre, graníticos en su respeto a la verdad. Eran las 8 de la mañana del sábado 1 de febrero. Ya en las primeras horas del primer día de la laberíntica era del brexit. Un maravilloso milagro para unos y una angustiosa pesadilla para otros. Los brexistas más fanáticos, como Nigel Farage, ya lo habían repetido hasta la saciedad: con un leguaje muy similar al que utilizaba Mussolini desde su balcón del Palazzo Venezia, en los tiempos del fascio primigenio: «La aurora que anuncia tiempos gloriosos», «la liberación de las ligaduras de la UE», «el poder recuperar nuestro espacio en el mundo».

«Querría un Partido Laborista más valiente en combatir el brexit». Así lo afirmó el 26 de octubre el alcalde de Londres, Sadiq Khan. Pero el primer partido de la oposición al Gobierno de Su Majestad Británica ya estaba tocado desde antes del referéndum del 2016. No en vano su líder, Jeremy Corbyn, seguía estando curiosamente hipnotizado por una exótica forma de hacer política, llegada del otro lado del Atlántico: el chavismo venezolano.

En las noticias que nos transmitía esa mañana Celia Hatton desde la BBC hubo momentos memorables. En la Parliament Square vimos a los «groupies» del brexismo más ácido, embutidos en los colores de la Union Jack. Ni siquiera lograban ser grotescos. Me llamó también la atención un grupo de muy civilizados ciudadanos de Oxford con sus banderas europeas. Enarboladas con buen ánimo en pleno centro de la venerable ciudad. Como un grupo de animosos herejes, en busca de un refugio que les protegiese del Santo Oficio brexista y sus malos rollos. Siempre una ciudad como Oxford imprime carácter. Como el que demostró tener aquella señora que iluminaba la pantalla del televisor, tan valiente como flemática. La que me inspiró el título de este artículo. Evocó los tiempos de paz y prosperidad durante el casi medio siglo de la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Los que, según ella, hacían particularmente injustas las actitudes «agresivas y arrogantes» de no pocos brexistas. En la Inglaterra que conocí y admiré tanto, hace ya mucho tiempo, la agresividad y la arrogancia eran pecados imperdonables. Es obvio que ahora ya no lo son.

Seguí a Celia Hatton y sus comentarios a lo largo de aquella transmisión, en muchos aspectos histórica. De especial interés fue el espacio dedicado a Escocia. Allí el brexit siempre fue derrotado. Y allí el Partido Nacional Escocés reclama ahora un nuevo referéndum sobre una posible independencia. Que no descartaría un posible regreso a la UE, dentro de lo dispuesto por las leyes, tanto las británicas como las europeas. Nicola Sturgeon, la ministra principal y líder del SNP se había referido al triunfo del brexit como «un día de profunda tristeza». Las cámaras de la BBC no pestañearon ni un segundo: delante del Parlamento de Holyrood ondeaba la bandera azul y oro de la Unión Europea. Al contrario que en Westminster, no había sido arriada.

En Clifford, en la frontera que separa las dos Irlandas, unos ciudadanos sombríos esperaban, enarbolando las banderas de la UE. Un joven se enfrentó al micrófono. No lo dudó ni un segundo: «Pronto nos arrebatarán derechos y oportunidades».

Al final de la World News recordé que unos amigos londinenses nos habían regalado recientemente una elegante lata de tés de Fortnum & Mason. Un Golden Orange Pekoe, cultivado en las colinas de Darjeeling, en la Bengala Occidental. Y por supuesto transportado en el viejo tren heredado de las autoridades coloniales británicas. Decidí que la ocasión merecía la apertura de ese pequeño tesoro y una pensativa degustación.