Por favor, decidme: ¿Dónde os habéis metido? Os busco con la mirada entre los miles de rostros y no os encuentro. Añoro el encuentro fortuito, producto del deambular sin rumbo fijo los fines de semana por las calles del centro, o durante las caminatas apresuradas de los días laborables para resolver alguna gestión perentoria. Amigos míos, me consta la buena salud de la inmensa mayoría de vosotros y sé que no os habéis mudado de ciudad, por lo que asumo que lo que ha variado son vuestros hábitos. Soy consciente del tono nostálgico y casi viejuno de mis palabras, pero, caray; en una era en que comenzamos a hastiarnos de lo virtual y anhelamos la vuelta a lo auténtico, ¿no merece la pena reflexionar sobre el valor de lo que perdemos al renunciar al Centro Histórico y abandonarlo para que lo usen otros?

Decía nuestro añorado George Steiner que la idea de Europa es, entre otras cosas, sus cafés, «lugares para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y el cotilleo» asociados a «un paisaje a escala humana y paseable». Steiner escribió estas líneas en 2004 y yo aún me reconozco en ellas. ¿Lo harán los nacidos ya en el siglo XXI? ¿Estamos asistiendo a la destrucción de un último edén, de un sistema de relaciones abierto sedimentado durante generaciones que envidian en otras latitudes?

Queridos, no sé por dónde andáis. Pero, a lo mejor, cuando toda actividad está perfectamente programada y segmentada por colectivos de características comunes, no hay mayor gesto de rebeldía que darse un paseíto por calle Compañía o por Puerta del Mar. La calle, la gran niveladora: ojalá que me cruce con vosotros allí y no sólo por las redes. Luego, nos tomamos un café y cotilleamos. O conspiramos.